“Hoy te dejo ser quien resultas a mi vista
pero tranquilo, no se lo diré a nadie.”
Daniel G. Sanguino.
A menudo el mundo me hace temblar,
me aterra la frialdad,
las mentiras intencionadas,
la maldad sin matices,
la crueldad de la materia gris que cubre las calles,
la nada cotidiana,
el silencio ensordecedor de cada día,
mi propia imagen.
Miro a las nubes más a menudo de lo que debería
como si en su abismo blanco se encontraran las respuestas
a preguntas que aún no soy capaz de formular,
porque también me dan miedo.
Otra vez llega el Otoño a destiempo,
siempre me sorprende a medio vestir,
con la carne de gallina
no sé si por pudor,
por vergüenza,
o porque tengo frío.
Una conversación cara a cara que no termina
esa que nos coloca enfrente de nosotros mismos
tan cerca,
y tan claramente,
que vemos nuestros defectos
por encima de cualquier otra impresión,
–porque sabemos dónde mirar–.
Voy aprendiendo mi propio idioma,
aunque aún no soy capaz
de entender perfectamente lo que quiero decirme,
–irónico tratándose de alguien
que podría rivalizar con Champollion–.
Quizá esa es la clave,
aprendí una ingente cantidad de lenguas muertas
porque mi capacidad para expresarme también lo está,
o yo mismo,
y aún no soy consciente.
Esta noche, decido firmemente y por poeta,
entregar mi vida a las emociones,
sabiendo de antemano
que caminaré de tormenta en tormenta,
y que desde fuera pareceré un muñeco
errático, patético, ridículo,
lástima que la piel sea opaca,
y que las palabras,
de este y otros tiempos,
sean incapaces de reflejar precisamente mi poesía.
Álex Portero, La próxima tormenta
Hace 12 horas