viernes, enero 24, 2014

Lars von Trier: El cine sin dogmas, de Hilario J. Rodríguez


Lars von Trier es como la ciudad donde uno vive habitualmente: guste o no, está ahí siempre; puede que sus edificios y sus avenidas no sobrevivan al paso del tiempo, aunque de momento tampoco amenazan con venirse debajo de forma súbita.

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Se puede amar u odiar a Lars von Trier, en ningún caso puede ignorársele. Está ahí, como cualquiera de esos destinos adonde uno no iría jamás y que, sin embargo, conoce porque todo el mundo habla sobre ellos. Quede claro que en ningún caso me propongo canonizarlo o desmitificarlo, pues para eso ya están quienes se desfogan en la estéril batalla que se libra en torno a su obra, dejando precisamente la obra de lado, como si fuera algo secundario. Yo me conformaré con alumbrar un poco su vida y procuraré hacer asimismo una lectura de su obra bajo una luz que le dé un aspecto más definido.

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Hoy se le admira y mañana se le odia. Con él nadie suele esgrimir una complicidad total; se le aceptan algunos chistes y se le rechazan otros. Sus películas son demasiado variopintas para fomentar una actitud única y homogénea. Cuando alguien cree haberse acostumbrado a su estilo, éste se rompe. Por eso, posiblemente, se tiene tanta desconfianza hacia su persona y hacia sus propuestas. Da la sensación de que ni siquiera él se toma muy en serio nada de cuanto dice o propone, cambiando de forma continua su concepción del cine, a veces con una radicalidad tan grande como sorprendente.

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La propia historia que cuenta Rompiendo las olas exigía una forma de hacer cine radicalmente diferente a las ortodoxas, pues éstas ya estaban a esas alturas bastante desfasadas. Contada de manera tradicional, como los viejos clásicos de Hollywood, podía resultar poco creíble e incluso hasta ridícula. Era necesario “adoptar un estilo a modo de filtro”. […] Fue rodada en Panavision con cámaras de 35 mm y luego se pasaron las imágenes a un soporte magnético, para así manipular el color en vídeo. Una vez terminado ese proceso, se volvió a pasar el material a 35 mm, acentuándose por consiguiente el grano y cambiando la textura visual de las imágenes, infectadas de realismo no sólo por el efecto de la cámara al hombro, sino también por su aparente suciedad visual.

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Desde el principio de su carrera, Lars von Trier intentó apelar a los sentimientos antes que a la razón. Sus primeras películas son, en ese sentido, fracasos. A partir de Rompiendo las olas cambiaron mucho las cosas y al fin se libró del lastre que le impedía ser auténtico. Cuando dejó atrás las típicas películas de tesis, las metáforas a las que estaba tan acostumbrado el cine europeo, y comenzó a hacer un cine más inmediato y accesible, aunque detrás de la aparente sencillez siguiese habiendo una elaboración precisa y metódica, todo fue a mejor.


[Ediciones Jc]