lunes, septiembre 09, 2013

Diario de un mal año, de J. M. Coetzee


Aprovechando que se publica en España la nueva novela de J. M. Coetzee, estoy procurando leer algunos de los libros que en su momento no leí. Diario de un mal año, que durante meses me provocaba algo de desconfianza, es sin embargo una novela de estructura impecable, que mezcla ensayo, diario y ficción con una naturalidad que nos demuestra que Coetzee es uno de los más grandes autores de nuestro tiempo. Cada página se divide en tres niveles: en el nivel superior, un escritor australiano va reflejando sus “Opiniones contundentes” en forma de ensayo, con temas muy propios del autor (el terrorismo, la guerra, la educación, el estado, la política o las matanzas de animales); en el segundo, en mitad de la página, se incluye el diario de ese autor, y sus observaciones sobre la mujer a la que conoce, a la que pide que le ayude a pasar a máquina sus textos; en el tercero, al final, leemos las anotaciones de esa mujer. Uno de los aspectos más interesantes de ambos diarios es que, en el diario del hombre, acaba centrándose totalmente en ella, narrando cada palabra que ella le dice o le escribe; y viceversa: por el diario de ella sabemos más de ese autor australiano envejecido que por sus propias notas. Fascinante, pues. Os dejo con algunos extractos:

Nacemos súbditos. Desde el momento en que nacemos somos súbditos. Un distintivo de esa condición es el certificado de nacimiento. El estado perfeccionado detenta y protege el monopolio de certificar el nacimiento. O bien te dan el certificado del estado (y lo llevas contigo), con lo que adquieres una identidad que durante el curso de tu vida le permite al estado identificarte y seguir tu rastro (dar contigo), o bien vives sin identidad y te condenas a vivir fuera del estado como un animal (los animales no tienen documentos de identidad).

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Que el ciudadano viva o muera no es algo que preocupe al estado. Lo que le importa al estado y sus registros es saber si el ciudadano está vivo o muerto.

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El impío hace que la maldición recaiga sobre sus descendientes; a cambio, sus descendientes maldicen su nombre.

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¿Una novela? No, ya no tengo la fortaleza necesaria. Para escribir una novela tienes que ser como Atlas, cargar con todo un mundo en tus hombros y sostenerlo durante meses y años, mientras todos sus asuntos se resuelven por sí mismos. Es demasiado para mí en mi estado actual.

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¿Por qué será que, tanto los hombres como las mujeres, pero sobre todo los hombres, estamos dispuestos a aceptar los impedimentos y los rechazos de las relaciones reales, cada vez más rechazos a medida que transcurre el tiempo, cada vez más humillantes, y, sin embargo, seguimos intentándolo? La respuesta: porque no podemos prescindir de la relación auténtica real; porque sin lo real perecemos, como si muriésemos de sed.

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Una de las primeras cosas que deberíamos aprender en el proceso de convertirnos en seres civilizados: no gritar.


[Debolsillo. Traducción de Jordi Fibla]