El sábado vi Behind the Candelabra. Y el lunes recibió tres premios Emmy: a la mejor película para televisión, al mejor director (el prolífico Steven Soderbergh) y al mejor actor (un excepcional Michael Douglas, quizá en el mejor papel de su carrera, o en uno de los mejores, porque, para mi gusto, Douglas tiene papeles memorables en Wall Street 1 & 2, Un día de furia, The Game, Traffic, La guerra de los Rose o Jóvenes prodigiosos). Soderbergh tuvo que rodar la historia del kitsch y hortera pianista Liberace para la televisión porque nadie se la financiaba para el cine. Un grave error porque, para mí, es uno de sus filmes más sólidos, y donde, además de Douglas, brillan Matt Damon y Rob Lowe (impagables sus breves intervenciones, haciendo de un cirujano de famosos que se ha estirado la cara).
Soderbergh retrata a Liberace no a través de sus éxitos y de la consolidación de su carrera, sino a través del momento en que se cruza en su vida Scott (Matt Damon), un muchacho del que se enamora. Aunque predomina el humor durante el metraje (los cambios de vestuario de la reinona Liberace, sus operaciones para rejuvenecer y perder peso, los cambios faciales a los que se somete el propio Scott para contentar al pianista…), en el fondo también hay dolor. Hay dolor porque vemos a un tipo que no tiene nada (Scott/Damon) a la sombra de un tipo que lo tiene todo (Liberace/Douglas), como un perrito faldero que se consume en una casa llena de lujos horteras. Behind the Candelabra es una especie de Brokeback Mountain (una historia de amor entre dos hombres, aunque en circunstancias más favorables), pero con mucho humor, con los caprichos de las “reinas macho” y con un retrato de la decadencia que os convence, como dije al principio, de que Soderbergh ha logrado una de sus mejores obras.
Nota: evidentemente, no se ha estrenado en cines; hay que recurrir a canales privados de televisión o bajarse una copia del emule.