A estas alturas todo el mundo conoce ya la premisa
distópica con la que arranca The Purge: en los Estados Unidos de un futuro no
tan lejano, el Gobierno permite que, durante doce horas de un determinado día
del año, los ciudadanos puedan hacer lo que les dé la gana sin atenerse a las
leyes. Durante esas doce horas están permitidos los delitos: robos,
linchamientos, asesinatos, allanamientos de morada, etc. De esa forma la gente
puede “despertar a la bestia” que todo humano lleva en su interior, expulsando
así su hostilidad, su violencia y su agresividad; y de esa forma las
autoridades se quitan de en medio a quienes no producen: parados, mendigos,
parias… lo que implica que el resto del año la delincuencia sea mínima y el
paro descienda. Pero la película se centra en una familia de clase alta y lo
que sucede cuando el hijo pequeño deja entrar en casa a un indigente negro al
que persigue una banda de niños pijos durante La Purga. Son el padre (Ethan
Hawke) y la madre (Lena Headley) quienes se verán puestos a prueba en una noche
en la que ellos creían que iban a estar a salvo.
Se le ha criticado a The Purge que, con una idea argumental
tan estimulante, no haya sabido aprovechar hasta el tuétano las situaciones que
podrían desarrollarse a partir de la misma (algo que, por ejemplo, hacía
Michael Haneke en sus dos versiones de Funny Games, explotando al máximo el
horror y la crueldad). Pero todo tiene su explicación. En su crítica para
Dirigido Por, Tonio L. Alarcón nos revela que The Purge es una película rodada
con un presupuesto mínimo, lo que no permite demasiados alardes (por ejemplo,
esos planos generales de las ciudades llenas de cadáveres que hubieran
aprovechado Michael Bay o los disturbios urbanos que podría filmar Danny
Boyle), y de ese modo el director tenga que conformarse con situar toda la
acción en la casa, dejando para la imaginación el resto; es, en realidad,
modesto cine de serie B. Pero a mí me parece muy bien. Lo que otros critican a
The Purge acaba convirtiéndose, a mi entender, en una ventaja: el director nos
permite que imaginemos lo que sucede en las ciudades durante esa noche (y lo
hace mediante dos recursos espléndidos: las cámaras de seguridad de los
créditos iniciales y las retransmisiones radiofónicas de los créditos finales,
de manera que el terror queda supeditado a lo que oigamos o a lo poco que
veamos a través de esas grabaciones de mala calidad). Que, en estos tiempos, se
recurra a eso en vez de a los clásicos planos generales de masas violentas,
inmuebles destruidos y coches ardiendo, debería ser aplaudido y no criticado
(el espectáculo ya nos lo ofrecerán en Guerra Mundial Z, que, por otra parte,
tengo muchas ganas de ver).
Pero The Purge no es sólo estimulante por su premisa. Con
una mezcla de cine de suspense, thriller y terror, contiene las suficientes
alusiones a otras películas como para que los cinéfilos y los fanáticos del
género nos sintamos conformes: Perros de paja, Río Bravo (y, por extensión,
Asalto a la comisaría del distrito 13), Funny Games y, en general, todas las
películas del denominado “slasher” de los 80. Y hay algo que el director, James
DeMonaco ha comprendido muy bien: que, al fin y al cabo, como sabía Stanley
Kubrick, es más aterradora la cara de un psicópata que la máscara de un
psicópata (me refiero a esos planos en los que el rubio cabecilla de la banda
de asaltantes se descubre para hablar ante las cámaras de seguridad); y por eso
siempre da más miedo El resplandor que Viernes 13. Por otra parte, imaginemos,
si la película triunfa (y me consta que lo está haciendo), las jugosas secuelas
que puede deparar: con más presupuesto, con otros escenarios, con otras
estrellas incorporadas al reparto…