Ya hemos hablado varias veces, en este blog, del indio de
la tribu de los spokane Sherman Alexie, así que me ahorraré la presentación. Danzas de guerra es el nuevo libro
traducido de este autor, por cuya obra siento predilección, y que acaba de
publicar Xordica. Alexie hace algo que a mí me gusta mucho, pero que en España
no es frecuente encontrar (salvo casos aislados, como en la mayoría de los
libros de David González): alterna poemas y relatos. Incluso en algunos textos
hay una mixtura de ambos.
Creo que, en sus poemas, predomina el toque
autobiográfico: cosas que ha visto en los aviones, o mientras iba conduciendo
un coche, o sobre ciertos aspectos del pasado, con títulos tan estupendos como
“Oda a las novias de las ciudades pequeñas” y “Hogar de los bravos”. Aunque en
los relatos imagino que también hay vivencias propias del autor (como en el
texto en el que visita a su padre en el hospital), predomina la ficción, pues
en alguno de ellos el narrador ni siquiera es un indio de la tribu de los
spokane. Una tercera clase de textos son aquellos que Alexie ha estructurado en
forma de cuestionario: alguien pregunta y el narrador va introduciendo
respuestas que, en muchos casos, apenas guardan relación con las cuestiones, lo
que nos acaba dando dos historias o dos vías narrativas, es decir, lo que le
interesa al entrevistador y lo que cuenta el entrevistado.
Una de las señas de identidad de los cuentos es la
obsesión. Personajes obsesionados con alguna circunstancia durante todo el relato:
como el tipo de “La balada de Paul Sinembargo”, que detiene a chicas guapas en
los aeropuertos, o el narrador de “Sal”, que se obsesiona en hacer lo correcto
en su trabajo, lo que supone que su jefe no esté contento. Tampoco faltan un
par de historias en las que los protagonistas están involucrados en el cine:
guionistas o montadores, porque Alexie ha dirigido una película y escrito
algunos guiones, con lo cual sabe de sobra de qué quebraderos de cabeza de la
profesión habla. El mejor texto es, para mí, el más largo, que también da
título al volumen: “Danzas de guerra”, en el que un hombre se obsesiona con el
tumor de su cabeza; de este relato os dejo un fragmento:
Extendía la manta
Star sobre mi padre. Él se subió la gruesa lana hasta la barbilla. Y entonces
empezó a cantar. Era una canción sanadora, no la misma canción que acababa de
oír, pero una canción sanadora de todos modos. Mi padre cantaba muy bien. Me
pregunté si era adecuado que un hombre cantara una canción sanadora para sí
mismo. Me pregunté si mi padre necesitaba ayuda con la canción. No había
cantado en muchos años –no de ese modo–, pero me uní a él. Sabía que la canción
no traería de vuelta los pies de mi padre. Esa canción no arreglaría la vejiga,
los riñones, los pulmones y el corazón de mi padre. Esa canción no evitaría que
mi padre bebiese una botella de vodka en cuanto pudiera incorporarse en la
cama. Esa canción no derrotaría a la muerte. No, pensé, esta canción es
temporal, pero ahora mismo temporal es bastante bueno. Y era una buena canción.
Nuestras voces llenaron el pasillo de rehabilitación. Los enfermos y los sanos
se detuvieron para escuchar. Las enfermeras, incluso la distante enfermera
negra, dieron sin darse cuenta unos pasos hacia nosotros. La enfermera negra
suspiró y sonrió. Yo le devolví la sonrisa. Sabía qué estaba pensando. A veces,
incluso después de todos esos años, su trabajo podía sorprenderle. Todavía le
maravillaba la fe infinita y ridícula de los demás.
Y, de broche, uno de los poemas del libro. Todo ello gracias
a la traducción notable y fluida del escritor Daniel Gascón:
CADENA ALIMENTICIA
Esta es mi voluntad:
Entiérrame
en un hormiguero.
Después de una
semana
de ese banquete,
prende fuego a las
hormigas.
Hazme una pira
funeraria.
Deja que el fuego
suba
hasta los ojos
de esos cuervos
en el hilo
telefónico.
Asusta a esos
pájaros
para que huyan
con mis últimas
palabras:
Me encantó la vida.
[Traducción de Daniel Gascón]