Este libro, el último que me faltaba por leer de Askildsen
(me refiero a los traducidos en España), contiene once relatos. No es necesario
extenderse mucho sobre ellos: quien haya leído a este autor sabrá por dónde se
mueve, esos territorios ásperos en los que no faltan la crudeza y el entorno
hostil. En algunos de los cuentos de este libro, sobre todo en los últimos,
Kjell Askildsen describe, como pocos son capaces, las relaciones que ya están
en decadencia o que han muerto. “Nada por nada”, “Pamela” y “Todo como antes”
son ejemplares en este sentido. Askildsen sabe mordernos con situaciones que
algunos hemos vivido en el pasado: esos amantes que no se entienden, esos
desacuerdos continuos, ese momento en que ambos saben que la relación ya no da
más de sí por puro agotamiento o falta de dejadez. No se pierdan estos textos.
Tres fragmentos:
El viejo no se
movió, parecía una estatua, como si el tiempo realmente hubiese acabado, como si
su corazón se encontrara hecho pedazos en el fondo de la lechera.
Los hermanos
parecían extrañamente inofensivos después de aquello. Intentaron prolongar su
fácil victoria con exclamaciones burlonas, pero de nada les sirvió, la victoria
se les fue de las manos, allí solo quedábamos perdedores: el viejo, los
hermanos, yo, y un bosque lleno de derrotas. Se retiraron sin salvas de
aplausos, con una risa que sonaba falsa entre los troncos de los árboles.
[Del relato “Una lechera de tiempo”]
**
Mardon encendió un
cigarrillo y dijo: En realidad no podemos evitar ser quienes somos, ¿verdad?
Estamos completamente a merced de nuestro pasado, ¿no es así? Nunca hemos
creado nuestro propio pasado. Somos flechas disparadas del vientre de nuestra
madre, y aterrizamos en un cementerio. ¿Qué importancia tiene entonces –en el
momento de aterrizar– si hemos volado bajo o alto? ¿O hasta dónde hemos volado
o a cuántos hemos herido en el camino?
[Del relato “La noche de Mardon”]
**
Ella dejó el libro
abierto boca abajo, como él había aprendido que no se deben dejar los libros.
Luego dijo:
-¿Por qué no te
sientas?
-Gracias. Estoy bien
de pie.
-Por favor,
siéntate, Harry.
Él se sentó, se miró
las manos y empezó a rascarse la uña del pulgar izquierdo.
-Tenemos que hablar
–dijo ella.
Él no contestó.
-¿No podemos hablar?
–dijo ella.
-Habla.
-Hablar los dos, Harry.
Él seguía rascándose
la uña del pulgar.
-Me siento muy
aislada, Harry. Sé lo que acordamos, pero entonces… entonces no sabía lo que
era estar en casa todo el día. No me malinterpretes, no tengo nada en contra de
lo que hago, pero no es suficiente… estoy en casa todo el día, y me siento…,
así que esta mañana he solicitado un trabajo y me han aceptado, he dicho que
puedo empezar el día uno.
Se hizo una larga
pausa, luego él dijo:
-¿Ah, sí?
-Creo que tengo que
aceptar ese trabajo, Harry.
-¿Ah, sí? En ese
caso no tengo nada que decir al respecto, ¿no?
-No entiendes nada.
Tú también te alegrarás.
-Ahora resulta que
no sé lo que me conviene, ¿es eso lo que quieres decir?
-No sabes cómo me
siento.
-Crees que vas a
volverte loca.
Ella dijo, con una
voz que ya no era insistente, sino con un timbre duro y frío que le hizo
sentirse perplejo:
-¡Ni se te ocurra no
tomarme en serio! ¡Ni se te ocurra!
[Del relato “Pamela”]
[Traducción de Kirsti Baggethum y Asunción Lorenzo]