Thomas Bernhard, al parecer, quiso en vida que los cuatro
relatos reunidos en este volumen se publicaran juntos. No lo consiguió.
Alianza, en edición casi de lujo y con un precio algo abusivo, ha editado estos
cuatro textos de los cuales sólo el primero (que yo sepa) se había publicado ya
en España.
En “Goethe se muere”, relato del que ya hablé con ocasión
de otra reseña, Bernhard hace coincidir en el tiempo (aunque no en el espacio)
a Goethe y a Wittgenstein, y además convierte al primero en admirador de las
ideas filosóficas del segundo, y hace que el segundo muera antes que el
primero. Es un relato que, a pesar de su contenido apócrifo, resulta absorbente,
y engancha desde la primera línea.
En el relato “Montaigne”, un narrador del que sabemos que
depende físicamente de su familia (por una enfermedad, probablemente) se
refugia en una torre y lleva consigo un libro de Montaigne. En esa narración
aprovecha para ajustar cuentas con sus familiares:
Ahora, además del
miedo a asfixiarme que padezco desde hace ya tantos años, a causa sólo de mis
pulmones debilitados, sentía otro, más espantoso aún, a causa de las telarañas
que me rodeaban la cabeza. Durante toda la tarde los míos me habían atormentado
con sus negocios y me habían reprochado, hablándome sin interrupción o callando
ante mí por completo lo que hubieran tenido que hablar, que yo era su
desgracia. Que había convertido en método mi estar contra ellos y contra sus
relaciones, contra sus negocios y contra su forma de pensar, que sin embargo
era también la mía.
En “Reencuentro”, quizá mi favorito de los cuatro, el
narrador se encuentra de nuevo con un viejo amigo al que hace años que no veía.
Y descarga toda su rabia en el relato porque ambos, él y el amigo, sufrieron la
educación rigurosa de unos padres autoritarios y maniáticos. De esa educación
les han quedado huellas para toda la vida. Quizá sea en este texto en el que,
de todo el libro, Bernhard se muestre más despiadado, al ofrecernos a alguien
incapaz de perdonar los errores familiares.
En “Ardía”, el protagonista cuenta su huida de Austria,
también ajusta algunas cuentas con el amigo al que se dirige y, una vez más,
como es habitual en su literatura, asesta unos cuantos golpes al país
austriaco. Se trata de un narrador que ha elegido “salirse del mundo”:
Le escribí varias
cartas en Viena y en Madrid, finalmente en Budapest y Palermo, pero no envié
esas cartas, realmente dirigí y franqueé todas esas cartas, pero no las envié,
para no convertirme en víctima de una vil falta de gusto. Destruí esas cartas y
me juré no escribirle una línea más, como a todos los otros, tampoco a usted
una línea más. No me permití ninguna correspondencia. Por eso viajo desde hace
varios años por Europa y Norteamérica, posiblemente con una inútil locura, como diría usted, sin contactos, sin
correspondencia, porque mi capacidad de comunicar se extinguió de repente
después de habérmela negado yo durante años. Por decirlo así, entré dentro
de mí y no volví a salir.
[Traducción de Miguel Sáenz]