lunes, septiembre 17, 2012

Goethe se muere, de Thomas Bernhard




Thomas Bernhard, al parecer, quiso en vida que los cuatro relatos reunidos en este volumen se publicaran juntos. No lo consiguió. Alianza, en edición casi de lujo y con un precio algo abusivo, ha editado estos cuatro textos de los cuales sólo el primero (que yo sepa) se había publicado ya en España.

En “Goethe se muere”, relato del que ya hablé con ocasión de otra reseña, Bernhard hace coincidir en el tiempo (aunque no en el espacio) a Goethe y a Wittgenstein, y además convierte al primero en admirador de las ideas filosóficas del segundo, y hace que el segundo muera antes que el primero. Es un relato que, a pesar de su contenido apócrifo, resulta absorbente, y engancha desde la primera línea.

En el relato “Montaigne”, un narrador del que sabemos que depende físicamente de su familia (por una enfermedad, probablemente) se refugia en una torre y lleva consigo un libro de Montaigne. En esa narración aprovecha para ajustar cuentas con sus familiares:

Ahora, además del miedo a asfixiarme que padezco desde hace ya tantos años, a causa sólo de mis pulmones debilitados, sentía otro, más espantoso aún, a causa de las telarañas que me rodeaban la cabeza. Durante toda la tarde los míos me habían atormentado con sus negocios y me habían reprochado, hablándome sin interrupción o callando ante mí por completo lo que hubieran tenido que hablar, que yo era su desgracia. Que había convertido en método mi estar contra ellos y contra sus relaciones, contra sus negocios y contra su forma de pensar, que sin embargo era también la mía.

En “Reencuentro”, quizá mi favorito de los cuatro, el narrador se encuentra de nuevo con un viejo amigo al que hace años que no veía. Y descarga toda su rabia en el relato porque ambos, él y el amigo, sufrieron la educación rigurosa de unos padres autoritarios y maniáticos. De esa educación les han quedado huellas para toda la vida. Quizá sea en este texto en el que, de todo el libro, Bernhard se muestre más despiadado, al ofrecernos a alguien incapaz de perdonar los errores familiares.

En “Ardía”, el protagonista cuenta su huida de Austria, también ajusta algunas cuentas con el amigo al que se dirige y, una vez más, como es habitual en su literatura, asesta unos cuantos golpes al país austriaco. Se trata de un narrador que ha elegido “salirse del mundo”:

Le escribí varias cartas en Viena y en Madrid, finalmente en Budapest y Palermo, pero no envié esas cartas, realmente dirigí y franqueé todas esas cartas, pero no las envié, para no convertirme en víctima de una vil falta de gusto. Destruí esas cartas y me juré no escribirle una línea más, como a todos los otros, tampoco a usted una línea más. No me permití ninguna correspondencia. Por eso viajo desde hace varios años por Europa y Norteamérica, posiblemente con una inútil locura, como diría usted, sin contactos, sin correspondencia, porque mi capacidad de comunicar se extinguió de repente después de habérmela negado yo durante años. Por decirlo así, entré dentro de mí y no volví a salir.


[Traducción de Miguel Sáenz]