Efectivamente,
escribir puede ser complicado, agotador, aburrido, enervante, conducir al
aislamiento o a la abstracción, entusiasmar fugazmente; se puede convertir en
una tarea penosa y desmoralizadora. A veces produce recompensas. Pero nunca es
tan duro como, por ejemplo, pilotar un L-1011 en el aeropuerto de O’Hare una
noche nivosa de enero o como una intervención de neurocirugía en la que hay que
trabajar diez horas ininterrumpidas y es imposible parar una vez que se ha
empezado. Si uno es escritor, puede parar en cualquier sitio y en cualquier
momento sin que nadie se preocupe o ni tan sólo se entere. Además, podría
incluso ser que, de hacerlo, los resultados fueran mejores.
Richard Ford, Flores
en las grietas