Los lectores más antiguos de este blog saben que, desde
hace unos años, no reseño libros de autores en español, sino que me limito a
colgar extractos de sus obras. Tomé esta decisión porque hubo un tiempo en que esta
bitácora estuvo abierta a los comentarios y, entre las acusaciones habituales
de algunos comentaristas anónimos (con mucha imaginación para inventarme una
vida paralela), se deslizaban las siguientes: si escribía favorablemente del
libro de un amigo o conocido, me acusaban de “amiguismo”; si me gustaba la obra
de algún autor español famoso, me acusaban de “peloteo”. Al final me harté de
aquello y decidí no juzgar esos libros.
En el caso de Cuerpo
a cuerpo esta vez quiero añadir unas palabras a los fragmentos elegidos. Y,
sin que sirva de precedente, lo hago por varias razones de peso: No conocí a
Domènec Font, de tal manera que nadie puede aludir amiguismo. Pero es que
Domènec Font, además, está muerto, de tal manera que es un poco tarde para
hacerle la pelota. Pero hay una tercera cuestión… y es que este volumen, este
ensayo sobre el cine contemporáneo, es uno de los mejores libros sobre el tema
que he leído. Una auténtica maravilla. Font no sólo era un especialista que
buscaba paralelismos entre el cine y la filosofía, entre el espectáculo y la
metafísica: también tenía buen gusto, era capaz de discernir el talento allá
donde muchos críticos cegatos no fueron capaces de ver nada. Y el tiempo le ha
dado la razón. No era un cinéfilo con prejuicios, que es una tara que afecta a
muchos intelectualoides: es decir, parece que Font lo veía todo, sin miedo a
tragarse incluso los remakes más chungos o las secuelas más disparatadas.
Porque él pertenecía al gremio de los que saben que, para hablar de algo, para
criticarlo o ensalzarlo, primero hay que conocerlo.
Domènec Font, además, habla muy bien de películas que para
mí son de culto, filmes que adoro, que me compré en dvd y que he visto un
montón de veces, y que no todos los críticos respetaron (al menos en la fecha
de su estreno): Dark City, El resplandor, Eyes Wide Shut, Inteligencia
Artificial, Minority Report, Crash (la de Ballard & Cronenberg), Death Proof, Elephant… Analiza películas de (sólo voy a citar unos cuantos
nombres) Wong Kar-wai, Steven Spielberg, Lars von Trier, Stanley Kubrick, David
Fincher, Quentin Tarantino, David Lynch, Hideo Nakata, Abbas Kiarostami, David
Cronenberg, Abel Ferrara, Michael Haneke o Tim Burton. El resultado es un lujo,
un disfrute de principio a fin para el cinéfilo. E incluye dos joyas al final:
una filmografía seleccionada (he apuntado varias películas que no he visto) y
una bibliografía exhaustiva (que mezcla ensayos de cine con libros filosóficos,
con narrativa, con biografías y con textos sobre películas y sociología). Un
último apunte: cuando Domènec Font estaba escribiendo este libro, le
diagnosticaron un cáncer que acabaría llevándole a la tumba. Fragmentos:
El tumor era real y
no un asunto de mise en scène. De ahí que junto a la convivencia con las
neoplasias malignas, se iniciara a las pocas semanas la microgestión de una
enfermedad que había dejado ya de leerse como metáfora. En los meses sucesivos,
los fotones, la quimioterapia y la radiación electromagnética, las biopsias y
los TAC atravesarán mi cuerpo para generar imágenes del corazón, los pulmones,
el tórax, los vasos sanguíneos, las vías respiratorias, los huesos de la
columna… El cuerpo convertido en un circuito de exploración digital, en una
permanente pantalla de imágenes. Pero sin cine.
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De modo que aclimato
la escritura del cuerpo en el cine contemporáneo con las visitas hospitalarias
y las quimioterapias, los medicamentos destinados a combatir los efectos
secundarios “y esa sensación general de no ser ya disociable de una red de
medidas, de observaciones, de conexiones químicas, institucionales, simbólicas,
que no se dejan ignorar como las que constituyen la trama de la vida corriente
y, por el contrario, mantienen incesante y expresamente advertida a la vida de
su presencia y su vigilancia”.
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El cine enfrenta al
hombre ante sus propias complejidades existenciales y el modo fantástico, con
más peso que otros, es una experiencia de fronteras dentro de nosotros mismos
que contribuye a la comprensión de lo humano. Pero lo fantástico en el cine
registra, y no siempre para bien, el paso del tiempo, y su respuesta, aunque la
civilización tecnológica quiera olvidarlo, es una mutación del cuerpo como
paisaje.
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Hay una secuencia en
De Grote vakantie que me afecta
particularmente: aquella en la que el cineasta, cámara en mano, filma sus pasos
remontando un camino pedregoso con el sonido de su respiración a tope para
demostrar que todavía puede sobreponerse a la enfermedad que lo corroe. La
imagen-vídeo tiembla por el debilitamiento del cuerpo pero la película intenta
fijar esa respiración, este esfuerzo. Se trata de reflejar la dureza del rodaje
como experiencia vivida para el cuerpo que se filma. Recoger el acto
respiratorio como instinto de supervivencia, pero también como balón de
oxígeno. Los planos del sol y las montañas en su periplo en el Nepal, las imágenes
en delta plano volando por el cielo de Río, las bellísimas imágenes de Bután,
el reino del Himalaya o de Mali junto al Níger son ligeras bocanadas de aire
para proyectar algo tan intenso como el sentimiento de una fusión con el mundo
físico y la conciencia de una despedida.