Llevas dos semanas de quimio en el cuerpo
y tu pelo empieza a rendirse a los venenos.
Decides raparte. Al uno y medio,
y aguantar así un poco más, porque es verano,
y dan calor los pañuelos. De modo que saco
la máquina
y la pongo en marcha: caen los mechones
castaños al suelo como hojas,
no hablamos de nada hasta que ataco
la zona de la nuca, de detrás de las orejas,
donde tienes las cosquillas, y es tan raro
oírte reír, a carcajadas, decirme espera,
no puedo más, de las cosquillas, y otra vez,
y otras carcajadas, un poco demasiado
enfáticas, un poco más largas de lo común,
de las que tan bien conozco, casi iguales,
pero no: carcajadas fingidas, entonces,
casi calcadas, sin embargo. Pienso
en toda esa risa de piedra, en que querías
clavarte a las cosquillas que te hacía
la máquina en la nuca, estar ahí,
dejar de deslizarte hacia adelante. Oh, cariño,
cómo desearía concedértelo. Y también pienso
que nunca te he querido más adentro, y que me guardo
la gélida belleza de esa tarde, de tu pelo por el suelo,
de tus risas proyectiles contra las ruedas del Tiempo.
José Daniel Espejo, Nomenclatura [extraído del blog Hank Over]
Hace 13 horas