Este libro de relatos de la rusa Anna Starobinets es una
de las delicias de la temporada. Me lo recomendó Álex Portero (again), y aquel
día no pude comprarlo, pero no se me olvidó su cubierta verde. Los cuentos de
Starobinets incluyen un toque fantástico, muy inquietante, que certifica que a
veces lo cotidiano es lo más terrorífico. Así, en el texto titulado “Las
reglas” un niño juega con esas normas que todos, alguna vez, nos hemos
autoimpuesto en la infancia: no pisar las rayas entre las baldosas de la calle,
ordenar los objetos de nuestro cuarto con precisión milimétrica, etc. El
problema es que, llevadas lejos, esas reglas pueden acarrear consecuencias
brutales. O en el relato “Espero”, uno de los mejores, en el que la narradora
es incapaz de tirar una olla con comida que, lentamente, se va pudriendo,
mutando en formas y colores hasta adquirir vida propia. ¿Quién no ha visto
alguna vez esas mutaciones de los alimentos, a los que parece que les salen
pelo? De ese texto es el siguiente fragmento:
Fui a la cocina a
picar algo. En la nevera no había casi nada. Un par de salchichas, unos
pelmeni, un limón que había estrujado aquella mañana. Y la olla. La saqué y me
decidí a tirar la sopa. Contuve la respiración y levanté la tapa. Se había
solidificado. Había cambiado. Era… casi bonita. Tenía que rascar el fondo y las
paredes, comprar un producto para limpiarla y lavarla… No me apetecía hacer nada
de eso.
Decidí tirarlo todo,
la sopa y la olla. Hice un paquete con varias bolsas y por la mañana la tiré a
la basura antes de ir a trabajar. Me acerqué al contenedor, pero no fui capaz.
Llevaba tanto tiempo conmigo… Me daba pena. Dejé el bulto junto a la basura y
me fui a trabajar.
Por la tarde seguía
allí.
También es inquietante el relato que da título al libro, en el que seguimos las evoluciones del diario de un niño colonizado por
hormigas. Starobinets ostenta una prosa sutil, que le sirve para introducirnos
despacio en la telaraña de cada historia. Tiene imaginación y seduce con sus
cuentos. Otro de mis favoritos es el titulado “La eternidad de Yasha”, en el
que a un hombre se le para el corazón. Aunque sigue viviendo, y acudiendo al
trabajo, está clínicamente muerto, lo que significa que para los de su entorno es un cadáver, y lo irán olvidando poco a poco. Un extracto:
Seguramente, el
doctor Zuckerbaum no era un gran cardiólogo. Pero tenía un gran corazón. Por
culpa de la segunda característica, solía casarse con sus pacientes, damas
cansadas de mediana edad con insuficiencias cardíacas. Y por culpa de la
primera característica, solía perderlas, y cada vez que eso sucedía lo pasaba
muy mal. De todas formas, hay que decir que la primera y desgraciada característica
le afectaba solo a la vida privada; en la vida profesional no se le
manifestaba. Se tomaba muy en serio su trabajo. El doctor simpatizaba con todos
sus pacientes con absoluta sinceridad, y la calidez de su trato compensaba con
creces su incompetencia en ciertos aspectos profesionales. Gustaba a los
pacientes, y en el centro médico privado Medicorazón se le consideraba el mejor
especialista.
[Traducción de Raquel Marqués García]