Ocurrió sin querer, sin darte cuenta, mientras jugabas a pasarte con todo, mientras jugabas a probarlo todo, a experimentar, a tener un grupo de rock, así, sin esperarlo, abres una puerta y das la luz y allí está el mal, un mal con mayúsculas, carnal, templado, la falda subida sobre los muslos, tan rubia. El mal es una luz halógena que ilumina un cuerpo inconsciente tendido sobre la cama, la carne blanca, como una ternera sacrificada. Ocurrió como ocurren las cosas en las novelas de Stephen King, el mal siempre había estado ahí, ya residía en la Tierra antes de que existiera vida en el planeta, pero nadie se da cuenta, nadie es capaz de verlo, nadie menos tú. Abres la puerta y das la luz y cruzas el umbral de pronto, imposible volver atrás. Ardiendo como un bonzo, desde dentro, de pie, bajo la luz cenital, bombeando combustible con cada latido, todo mezclado y todo mezclado con tu sangre.
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