Estaba conduciendo
por la autopista cuando me invadió un intenso sentimiento de tristeza. Sin más
mis ojos se llenaron de lágrimas que desenfocaron la visión de la carretera. Me
las sequé con el dorso de la mano y traté de averiguar el motivo de mi
desánimo. Indagué en mi interior. No encontré nada que fuera digno del
abatimiento que sentía. No era normal que un sentimiento me afectara tanto, y
más sin tener un porqué. Me di cuenta de que iba demasiado rápido y aflojé el
acelerador, de ciento sesenta bajé a ciento diez kilómetros por hora. No era
cuestión de perder el control por un insensato sentimiento que no tenía razón
de ser. Apagué el cigarro en el cenicero y entonces tuve una premonición. Supe
que mi tristeza se debía a que de un momento a otro iba a tener un accidente
mortal.
[Del relato “Atrapado”]