Álex Portero me insistió mucho en que leyera este libro,
este ensayo que se ha reeditado en bolsillo (antaño lo publicó Tusquets), y,
aparte de mi pasión por el boxeo (es el único deporte que soy capaz de ver, al
menos en la tele: siempre que encuentro un combate en algún canal, me lo trago
durante un rato, aunque ahora es difícil verlo en la televisión), el libro es
una delicia. Un ensayo no muy extenso, de partes o capítulos breves, con
algunas fotografías de los boxeadores. Incluso aunque no te guste el boxeo, la
prosa de Joyce Carol Oates te seduce y te convence. Ella, además, ha hecho algo
atípico: que una mujer escriba sobre este deporte, considerado siempre sólo
para el público masculino. Y, por si fuera poco, Oates se ciñe a las metáforas,
porque todos sabemos que la vida y el boxeo no son muy distintos: luchas,
resistes, caes, te levantas o te hundes. Algunos extractos de esta joya:
El tiempo, al igual
que la posibilidad de muerte, es el adversario invisible del cual los
boxeadores –y el árbitro, los ayudantes, los espectadores– son profundamente
conscientes. Cuando un boxeador es noqueado no significa, como suele pensarse,
que haya quedado sin sentido, o incluso incapacitado; significa, más
poéticamente, que ha sido sacado del tiempo. (La dramática cuenta hasta diez
que entona el árbitro constituye una especie de paréntesis metafísico en el que
el boxeador debe penetrar si pretende continuar en el tiempo). Hay, de alguna
manera, dos dimensiones del tiempo que operan abruptamente: mientras el
boxeador que permanece en pie está en el tiempo, el boxeador caído está fuera del tiempo.
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El espectáculo de
dos seres humanos que luchan entre sí por la razón que sea, incluyendo, en
ciertas ocasiones bien publicitadas, insólitas cantidades de dinero, resulta
sumamente inquietante porque viola un tabú de nuestra civilización.
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En este sentido, el
boxeo como espectáculo público, es pariente de la pornografía: en ambos casos
el espectador se convierte en voyeur, distanciado y sin embargo, se supone,
íntimamente involucrado en un acontecimiento que no debería estar ocurriendo
tal como está ocurriendo.
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La diferencia obvia
entre el boxeo y la pornografía es que el boxeo, a diferencia de la
pornografía, no es teatral. No es –salvo en ocasiones tan poco frecuentes que
no son relevantes– ni ensayado ni simulado.
[Traducción de José Arconada]