Lo que han hecho los directores Olivier Nakache y Eric Toledano es casi una proeza: convertir una historia que a priori acumula tópicos (inmigrante negro y delincuente que ayuda a tetrapléjico blanco y millonario) en una notable película que, además, es muy divertida. Basada en una historia real, el eje de la misma es el reparto: ya conocíamos el talento del francés François Cluzet, pero Omar Sy es la gran revelación del filme, la llave para que todo funcione.
Los directores llenan los diálogos de chistes políticamente incorrectos. Bromean con los tabúes: la parálisis, las sillas de ruedas, el arte como negocio, la ignorancia, la pobreza, la belleza física o la seguridad económica como métodos de conquista… Cada vez que Omar Sy toma el pelo a François Cluzet, por su inmovilidad, sus inseguridades, su elitismo cultural… respiramos aliviados porque el tema (un hombre inmóvil en silla de ruedas) siempre nos deja un nudo en la garganta (recordemos lo mal que uno lo pasa con Mar adentro o Mi pie izquierdo). Sy y Cluzet, así, devienen en una pareja cómica y singular que remite al humor y a la suma de contrarios de Don Quijote y Sancho Panza.
Pero, además de esa vertiente cómica, hay espacio para promover las ganas de vivir y ofrecernos una entrañable historia de amistad. Intocable (o Intocables, en plural, en su versión original) tendrá admiradores y detractores, pero no se puede negar su capacidad de seducción gracias al humor que aporta este intérprete: Omar Sy, un crack. Se acusa a la película de fomentar “el buen rollo”; en fin, ¿y qué? ¿Qué hay de malo en ello? La vida ya nos jode bastante a diario como para estar siempre serios.