Así que, cuando ella me pide que le cuente un cuento, ahí estoy yo, reconcomido mientras me abrocho los pantalones, desesperado y rozando el enfado cada vez, porque me parece injusto que ella no se conforme con que escriba cuentos, sino que además exige que se los cuente, y que no le sirva cualquier cuento –ella no lo ha dicho, no especifica pero también lo sé–, sino que tiene que ser un cuento que encaje con la situación que representa una chica que pide cada noche que nos vemos que le cuente un cuento antes de dormir. Como si no tuviera yo bastante infierno con inventar e idear los cuentos que escribo para mí –porque uno escribe solo y exclusivamente para uno mismo, con egoísmo, tal vez para poder contárselos mentalmente antes de dormir y así combatir el insomnio, da igual por lo que sea, pero me lo pide igual, y eso me enfurece, me enfurece, me vuelve loco.
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