Un grato “descubrimiento”, el de este autor, de quien también he comprado Instante propicio, 1855 (en Melusina), y que leeré en breve. Ourednik, en sólo 120 páginas, nos ofrece su particular recorrido por el siglo XX y sus señas de identidad: las dos guerras mundiales, los totalitarismos y los autoritarismos, la guerra fría, el hombre en la Luna, los derechos de las minorías, la irrupción de internet, los conflictos de Irak y Vietnam, entre otros.
La particularidad, aquí, no es el qué (pues conocemos casi todas las historias sobre la Historia), sino el cómo: el autor narra los acontecimientos como si fueran parte de un cuento para chavales, para estudiantes, con un lenguaje claro y preciso, y sobre todo utiliza la ironía, una fina ironía que nos lleva a pensar en cuánto fliparía un extraterrestre si leyera la historia del siglo XX en la Tierra, repleta de –ismos, guerras, catástrofes, fascismos, genocidios y hambrunas. Creo que, merced a ambas cuestiones (ironía en el estilo y resumen de aquel siglo), este libro debería ser de lectura obligatoria en los institutos. O, mejor, que lo prohibieran en los institutos para que lo leyeran con más avidez. Lo malo es que la editorial que lo publicó, Tropismos, ya no existe.
Una gran decepción del siglo XX fue comprobar que la asistencia obligatoria a la escuela, el progreso técnico, la educación y la cultura no hacían que el ser humano fuera mejor y más humano, tal como se había creído en el siglo XIX; y que muchos homicidas, asesinos en serie y torturadores eran amantes del arte, escuchaban ópera, iban a exposiciones, escribían poemas y estudiaban disciplinas humanísticas, medicina, etc. Entre los filósofos se extendía cada vez más la opinión de que con el siglo XX había acabado la era del humanismo y empezaba una nueva a la que llamaban poshumanista; porque aún no estaba claro cómo definirla. Los historiadores y filósofos decían que el humanismo era una cultura de la escritura y que había permitido dirigir la sociedad como una comunidad literaria, pero que con la llegada de la radio después de 1918 y la televisión después de 1945 y la revolución tecnológica de los años ochenta y noventa eso ya no era verdad.
[Traducción de Kepa Uharte]