Presentación y lectura de fragmentos de Vivir y morir en Lavapiés. Unos extractos:
LIMOSNERO
Por la Calle del Amparo baja Julián Blanco, un individuo enteco y desgreñado y sin rasurar, totalmente inofensivo y de ojos temerosos. Viene de la zona de La Latina, callejeando. Gira a la izquierda en el cruce con la Calle de Caravaca y desemboca en la Calle de Lavapiés. Llega hasta el Carrefour y se coloca frente a las puertas, con una mano extendida, en actitud limosnera. Cada mañana pide en un sitio diferente. Hoy aquí y mañana allá. Recorre mercados y galerías. Merodea por La Latina, Huertas, Lavapiés y Embajadores. Es como el Guadiana.
EL HISPANISTA
Por Argumosa pasea Ian Gibson. Escritor. Dublinés. Gafas. Cabello revuelto. Zurrón al hombro. Gesto de mansedumbre en su cara. Como el que se siente confortable en un sitio. Se dirige al bar Er Güishi, a comer unos molletes. Algunos, pocos, lo reconocen al pasar. Es su barrio y le encanta.
TIENDA AFRICANA
Esculturas, caretas de madera, figuritas tribales, adornos, escudos, máscaras, mobiliario, collares, telas y otras piezas. Álvaro Cifuentes, viajante de paso por Madrid, con La colmena de Cela bajo el brazo y una bolsa de Fnac en la mano, ha ido hasta Lavapiés buscando algo exótico para regalarle a su mujer, eso le asegura al dependiente.
—¿Y de dónde eres?
—Ay, amigo —sonríe el negro—. De una tierra muy pobre.
EL BOQUERÓN
Dos jóvenes degustan sendas cañas y una ración de gambas en la barra. Huele a boquerones, a marisco a la plancha y a aceitunas verdes.
—Estoy cansado de la literatura, tío.
—No jodas. ¿Cómo vas a cansarte de la literatura? ¿Pero qué dices?
—Cansado del mundillo. No de leer y escribir, sino de luchar. Es una lucha continua: por publicar, por hacerme hueco en los medios, por conseguir que los libreros no dejen mis ejemplares en las cajas del almacén, por el mamoneo de los premios amañados. Me dan ganas de dejarlo. No sé si tirar la toalla.