Ayer estuvimos en el Matadero, viendo Purgatorio, la obra de Ariel Dorfman que protagonizan Viggo Mortensen y Carme Elías. Disfrutamos mucho. Los dos actores, a mi juicio inmensos, permanecen sobre el escenario, solos, sin intermedios y sin más compañía y atrezzo que una cama, una mesa y dos sillas, durante dos horas menos cuarto. Me parece un lujo poder ver a una estrella como Mortensen en los escenarios de Madrid, hablando en español (con acento argentino: algo que a algunas personas les ha sorprendido; a mí no, ya había escuchado muchas de sus entrevistas en España). A Viggo lo critican a menudo por sus acentos. No estoy de acuerdo. Se trata de un actor capaz de mudar no sólo el tono, sino la voz, de una película a otra, de una película a un escenario. Si no me creen, escuchen el acento sombrío que se curran en Un método peligroso. O las diferencias entre su Alatriste y su Aragorn. Me parecía increíble que el mismo tipo que la víspera había visto en el pellejo de Freud en la peli de Cronenberg fuera el mismo actor que tuvimos a menos de un metro de distancia (estábamos en primera fila, en la parte frontal del escenario). Parecía otra persona completamente distinta, con otra voz, otros rasgos, otros movimientos... Si eso no es un actorazo, no sé qué puede serlo.
Hace 12 horas