Para mí, tener una biblioteca es tener asegurado un cuerpo, un conjunto de órganos, un significado, una continuidad en la vida, un camino trazado hacia un destino concreto; de lo contrario –me da por pensar a veces–, uno no es nada, no tiene cuerpo, es cucaracha como Gregorio Samsa, un Frankenstein sin brazos ni piernas. De lo contrario, uno no deja de hacer círculos, sin dirección, en torno al mismo centro y a las mismas ideas toda una vida. Es aburrido. Uno se pasa la existencia entera sin nadie más al lado, deshojando margaritas, jugueteando con el gatillo de un revólver. No. A mí eso no me apetecía. Leer me salvó, aunque sólo fuera del tedio y las horas muertas, de contarle los segundos a los minutos y a los días, de la improductividad de las manchas del techo. Gracias a los libros me he librado de ser yo mismo; poco a poco me han ido transformando en un núcleo que se expande. Cada lectura es una constatación de que solo no habría sido gran cosa.
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