Sólo puedo darles la razón a quienes dicen que este libro es delicioso. Recopila crónicas y ensayos breves del escritor belga Simon Leys. Con paciencia y sabiduría para espigar la cita y la anécdota, al igual que David Markson, Leys es un maestro en el ejercicio de la sugerencia. Es su habilidad para contar historias recogidas de la Historia y de la Literatura lo que te engancha a este libro desde la primera línea. Leys es un autor que, además, vivió en China durante años, temporada en la que se convirtió en un experto en fábulas, analectas y poemas de sabios chinos. Todo ello se recoge aquí, junto a sus juicios y anécdotas sobre el éxito, la pereza, la literatura, el arte o el bloqueo del escritor. No dejéis escapar este volumen, del que os copio algunos extractos:
[…] el hombre sensato no se deja impresionar por la firma al pie de la obra, sino sólo por la calidad de la obra en sí.
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Las distinciones de géneros –novelas e historia, prosa y poesía, ficción y ensayo– son convencionales y no existen más que para la comodidad de los bibliotecarios. Los novelistas son los historiadores del presente, los historiadores son los novelistas del pasado, y todo escrito que presente cierta calidad literaria aspira esencialmente a ser poema.
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Ningún experto en literatura se asombrará jamás de la distancia que separa a un escritor de sus escritos; por otra parte, no son las hazañas de la vida activa las que producen las grandes obras, sino más bien el fracaso, las penas oscuras, el hastío, la árida insignificancia de los días. Y el genio del novelista reside –como decía Orwell a propósito de D. H. Lawrence– en “la extraordinaria capacidad de conocer por medio de la imaginación lo que no puede ser conocido por medio de la observación”.
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Las palabras son por naturaleza neutras e indiferentes. Es de su contexto de donde sacan lo más vivo e intenso de su carga emocional. El racismo y el sexismo son una lepra del alma y deben ser combatidos sin piedad, pero la lucha contra el lenguaje racista o sexista yerra el blanco con harta frecuencia: así, esa revista estadounidense que –con la mejor de las intenciones– prohibía a uno de sus autores hacer mención a El negro del “Narcissus”, o también esos periódicos franceses, no menos virtuosos, que creen apoyar la justa causa de las mujeres imprimiendo monstruosidades tales como “auteure” o “écrivaine”… Las palabras son inocentes; no hay ninguna perversión en el diccionario, ésta se halla toda en las mentes, y son éstas las que habría que reformar.
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HOMBRES DE LETRAS A la muerte de su joven esposa, Dante Gabriel Rossetti puso en el féretro, a modo de ofrenda piadosa, un manuscrito de sus propios poemas. Pero no tenía otra copia de ellos. Por eso, al cabo de algún tiempo, cambió de parecer e hizo desenterrar a su mujer para recuperar su manuscrito.
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Dejando de lado el problema particular de los autores ingenuos que son expoliados por unos editores deshonestos (pues también esto ocurre), cuando los escritores se dirigen a sus editores para gemir o rugir sobre cuestiones de dinero, no es el hambre ni la rapacidad lo que les mueven. De lo que tienen verdadera hambre es de respeto y de atención.
[Traducción de José Ramón Monreal]