Minúscula continúa con su exquisita edición de la obra completa de los Relatos de Kolimá del excepcional Shalámov y las penurias que el propio autor vivió: condenas, trabajos forzados, ejecuciones, hambre, frío y crueldad. Una de las particularidades de estos libros, y creo que hasta ahora no lo he comentado en ninguna de las reseñas, es que los recuerdos han ido surgiendo de la memoria de Shalámov de manera desordenada y sin importar el orden cronológico, lo cual siempre aporta más frescura al conjunto.
En este volumen conviven historias dedicadas a los hombres, pero también a los animales, como demuestran “La gata sin nombre” o “La ardilla”. La prosa de Shalámov suele ser concisa, analítica y contundente, pero a veces nos sorprende con estallidos de emotividad, como en el texto que da título al libro, “La resurrección del alerce”: El hombre manda por avión desde Kolimá una rama de alerce. No la envía con el propósito de que lo recuerden a él. Ni en memoria de su suerte. Sino en recuerdo de los millones de seres asesinados, torturados hasta la muerte, que se apilan en las fosas comunes al norte de Magadán. Y vamos con un párrafo excepcional en traducción de Ricardo San Vicente:
En mi vida en los campos casi no hubo manos anónimas que me ayudaran en las tormentas, en las ventiscas, compañeros sin nombre que me salvaran la vida. Pero recuerdo cada trozo de pan comido de manos ajenas, de manos que no fueran oficiales, cada uno de los pitillos de majorka. Muchas veces he dado con mis huesos en el hospital, he vivido nueve años yendo y viniendo del hospital a la galería, sin esperar nada, aunque tampoco sin despreciar una sola limosna. En muchas ocasiones he salido de un hospital para que en el primer campo de tránsito me desnudaran los hampones o los jefes del campo.
[Traducción de Ricardo San Vicente]