Supongo que ya lo he dicho alguna vez, pero lo repito: Woody Allen, para mí, no tiene una película mala como director. Nadie puede alumbrar una obra maestra al año durante décadas de trabajo continuo. Y su ritmo es imparable: mientras dirige una película escriba ya el guión de la siguiente. Algunas son más flojas y otras me parecen inolvidables, pero insisto en que ninguna me parece mala. Medianoche en París pertenece a la segunda categoría: inolvidable. La película adecuada para quienes escribimos o para quienes quieren hacerlo. Me llenó tanto como La rosa púrpura de El Cairo, Match Point, Desmontando a Harry o Balas sobre Broadway, por citar unas pocas.
La primera sorpresa la aporta el protagonista: Owen Wilson. A mí Wilson me hace reír en sus comedias, pero, salvo sus trabajos con Wes Anderson, normalmente está desaprovechado. En Medianoche en París está a la altura, en el papel de Gil, un guionista que quiere convertirse en escritor y cuya idea del paraíso consiste en mudarse a esa ciudad. En los primeros minutos de metraje queda claro que él y su prometida no conectan. En la primera noche, el escritor opta por darse un paseo en solitario por las calles parisinas, en vez de irse a la discoteca con su novia y sus amigos. Y es ahí donde se produce el milagro.
A partir de aquí hay SPOILERS, aunque no destripo el final. Cuando suenan las “campanadas a medianoche”, el personaje se ve trasladado a los años 20 (sí, como en Regreso al futuro, pero sin máquinas ni efectos especiales), donde conocerá a los artistas más renombrados de la época, desde Scott y Zelda Fitzgerald hasta Ernest Hemingway, pasando por Cole Porter, Salvador Dalí o T. S. Eliot. De esa manera, Woody Allen regresa a los temas tratados en, por ejemplo, La rosa púrpura…: un hombre que sale de su entorno y que se encuentra más cómodo en otro tiempo. Cada noche, Gil regresa al mismo punto de París, que le sirve de puerta al pasado. Y cada noche aprende y disfruta.
Todo en esta película es asombroso. Para empezar, esos planos de apertura en los que la cámara de Allen recoge monumentos, bulevares, edificios célebres y rincones de París. Es la mirada de un cineasta enamorado de la ciudad, y se nota. Luego, la reconstrucción de los personajes secundarios reales: con pocas pinceladas nos muestra la locura de Zelda, el encanto de Scott, la fanfarronería de Hemingway o las propuestas de los surrealistas. En ese sentido, y dado que a menudo hablan mucho de pintura, poesía y literatura, el guión me fascinó. Y no faltan las reflexiones habituales, sobre todo la duda de si es mejor vivir en una época anterior, en lo que cada uno considera una edad de oro, o si es más conveniente adaptarse a su tiempo. Una reflexión sobre el paso del tiempo y sobre el germen de los sueños.
Mientras veía la película, que ensalza de continuo París bajo la lluvia, los rincones emblemáticos, el arte y la literatura, pensé mucho en mi madre. Ella hubiera amado Medianoche en París.