Aquel año Miguel Ángel dejó Roma por un arrebato el sábado 17 de abril, víspera de la colocación de la primera piedra de la nueva basílica de San Pietro. Ya había ido cinco veces seguidas a rogarle al papa que honrase su promesa de dinero en metálico. Lo echaron de allí.
Miguel Ángel se estremece bajo su abrigo de lana, la primavera es tímida, lluviosa. Según nos cuenta Ascanio Condivi, su biógrafo, Michelangelo Buonarroti llega a las fronteras de la república de Florencia bien entrada la noche. Se detiene en un hostal a treinta leguas de la ciudad.
Miguel Ángel echa pestes de Julio II, el papa guerrero y autoritario que tan mal lo ha tratado. Miguel Ángel es orgulloso. Miguel Ángel es consciente de ser un artista de importancia.
[Traducción de Robert Juan-Cantavella]