Uno de los libros más extraños de Burroughs, donde anota y recopila sus sueños, igual de malsanos y perturbadores que sus viajes alucinógenos y que sus ficciones más retorcidas. No es fácil encarcelar los sueños en el papel: Franz Kafka y Georges Perec, entre otros, lo hicieron muy bien. Burroughs no es menos. Pero hay que leerse esta clase de libros a pequeños sorbos, porque de lo contrario acaba uno habitando un mundo casi de pesadilla. Veamos uno de esos sueños:
Voy a Europa en un barco. Estoy en un dormitorio grande, en una cama junto a la pared. Tengo adosada a la espalda una pequeña criatura. La cojo y la pongo donde pueda verla. Es del tamaño de un gato y parece un pulpo humanoide. Tiene una boca discoidal redonda, de entre tres y cuatro centímetros de anchura, provista de almohadillas de succión, de menos de un centímetro de anchura. Tiene también, creo, cuatro tentáculos, de unos treinta centímetros de longitud cada uno de ellos. No para de intentar volver a adosarse a mí. No puedo ver ningún ojo. La criatura parece ser ciega, y quizás quiera utilizar mis ojos. Alguien me dice que estas criaturas abundan sobre todo en las camas de las paredes extremas más próximas al mar. La criatura no me produce ninguna repugnancia.
Luego un hombre de unos cuarenta años, de frente alta y bigote negro de cepillo de dientes, se sienta enfrente de mí, me mira a los ojos, y dice con un tono de voz insinuante, indecente y rastrero: “¡Bebés Celestiales!”.
Lo que interpreto como una alusión al Mary Celeste. Siendo la deducción que los tripulantes abducidos del Mary Celeste habían tenido relaciones sexuales con los alienígenas abductores y estos “Bebés Celestiales” eran los vástagos.
[Traducción de José Manuel Álvarez Flórez]