martes, abril 19, 2011

Diario del hombre pálido, de Juan Gracia Armendáriz


Día veintisiete
¿Cómo se reacciona ante un diagnóstico médico que cierra cualquier vestigio de luz? El miedo y el aturdimiento se agolpan detrás de los ojos, como escamas que se pegan a las cuencas vacías. Acaso sea mejor no ver, no saber, mientras ahí fuera todo transcurre con acuosa lentitud y el enfermo se mueve en esa materia densa, sin comprender que la vida continúe ajena a él, que la gente acuda al trabajo como todos los días y que los autobuses urbanos no varíen su ruta. Sólo el tiempo nos descubre que esas escamas van cayendo una a una sobre el inodoro del baño. Poco a poco. El miedo se esconde en la mentira, se agazapa en la falta de información, carencia que la institución médica no se molesta demasiado en cubrir, reforzando así una ignorancia benévola que el enfermo, en su intimidad, agradece. Una mentira piadosa. Pero tarde o temprano llega el día en que el enfermo entra en el circuito de su terapia, en la asunción de una rutina en la que deberá acostumbrarse al escándalo de la sangre y a la fantaciencia de que sus fluidos vitales se alejen de su cuerpo para circular durante cuatro horas entre las membranas y soluciones salinas de una máquina.

[Nota: apenas unos días después de leer este libro autobiográfico me entero de que el autor, a quien no conozco personalmente, acaba de someterse con éxito a un trasplante de riñón. Desde aquí le damos la enhorabuena]