El último sábado viajé a Zamora en autobús y volví a Madrid el domingo, en tren. Si la última vez me quejé en este espacio del servicio de transporte entre ambas ciudades, este último trayecto fue todo lo contrario y también debemos anotarlo aquí. En el bus no hizo ni frío ni calor, la música de la radio estaba a un volumen bajo y aceptable, me sentí cómodo de principio a fin. Sólo hubo una incidencia cuando apenas llevábamos un par de minutos en carretera: el motor hizo una pequeña explosión. Por si acaso nos quedábamos tirados más adelante, el conductor decidió que nos mudáramos al autobús vacío que venía detrás. Durante el trayecto estuve leyendo `Zeitoun´, un gran libro de no ficción sobre el huracán Katrina y cómo se desenvolvió por allí un sirio al que luego detendrían creyendo que pertenecía a Al Qaeda; aquel hombre, un tipo que trabajaba de sol a sol, se ocupó de ayudar a las personas desde que las calles de Nueva Orleans se inundaron, y jamás tuvo que ver con actos terroristas. El autor es Dave Eggers, uno de los mejores escritores de Estados Unidos. Al llegar a la estación me fijé en varios detalles en los que hasta entonces no había reparado: una nueva cafetería, junto a los andenes; un ascensor; cosas así… aunque fui incapaz de dar con las escaleras mecánicas, ignoro si las han quitado. La estación parecía desértica.
En la ciudad estaban celebrando la Feria de la Tapa, pero sólo lo supe después de pedir algo para picar y que me ofrecieran esa tarjeta donde estampan un sello de tinta cada vez que pides alimentos de la Feria. No la quise, ya que por lo general sólo voy un par de días al mes. Un amigo y yo estuvimos tomando una caña matutina durante el domingo y ambos nos preguntamos por qué no suelen encontrarse bares con wifi gratuito en la ciudad. Yo le dije que en otras ciudades de fuera de España es muy habitual que todos o casi todos los bares dispongan de ese servicio. Llegas allí con tu portátil o con tu notebook, pides una consumición y la contraseña (en algunos sitios no hace falta ni pedirla: la incluyen en el recibo de las bebidas o la ves escrita en una tarjeta, encima de la mesa), te conectas a la red y consultas el correo durante el tiempo de beber el café. Ese mismo día fui al cementerio, a visitar a las dos ramas de mi familia que allí descansan. Lo de “descansan” es un eufemismo salvaje, muy utilizado en los periódicos para referirse a los restos mortales de las personas. Detesto los eufemismos, pero esto es tan personal que prefiero usarlo. Jamás pensé que visitaría tan a menudo el cementerio: procuro hacerlo en cada uno de mis viajes a Zamora. El cambio de hábito se da cuando fallece alguien tan cercano a ti: entonces todas tus ideas al respecto, las ideas que tenías sobre no visitar tumbas familiares, se borran. En mi penúltima visita le hice una foto con el móvil a la sepultura de Claudio Rodríguez y quedó bastante mal. En esta ocasión llevé la cámara y tomé un par de instantáneas notables.
De regreso, ya en el tren, concluí la lectura de `Zeitoun´. Y empecé el libro de Luis Ingelmo (zamorano de adopción), `La métrica del olvido´ (Editorial Eutelequia), que ayer mismo se presentó en la ciudad, y que se presentará este viernes en Madrid. He visto carteles de la editorial hechos expresamente para las librerías de mi tierra. Arriba pone: “Eutelequia con Zamora”, y abajo salen nuestros nuevos libros: el de Ingelmo, el de Mario Crespo y el mío. También David Refoyo ha publicado su poemario `Odio´ en La Bella Varsovia. Es un buen momento para la literatura zamorana. Ya me lo dijo David un día: “Hemos venido para quedarnos”.