Cuando yo sacaba un libro entonces, estaba por ver qué pasaría con ese libro, en qué medida podría afectar a mi vida o a, llamémoslo así, mi reconocimiento. Ahora es distinto. Las películas, por ejemplo, se ven el primer mes de existencia. Recuerdo que cuando yo era niño las películas, sobre todo las de mucha fama, las importantes, se estrenaban en un solo cine y en ese cine podían estar dos años. Ahora, cuando se prevé que una película va a tener mucho éxito, la estrenan en ochenta salas y en vez de estar dos años está un mes. Con la literatura sorprendentemente está empezando a pasar algo parecido. Hay ese afán de la gente de leer lo que todo el mundo lee a la vez, de leerlo en el momento en que toca leerlo, que es el momento de su publicación. En las últimas apariciones de mis libros he tenido una sensación que me resulta de lo más incómoda. Cuando yo todavía estoy haciendo la promoción del libro, que lleva entre un mes y dos –lo cual es una barbaridad y eso que yo hago relativamente poca–, cuando ya termino y me paro y como quien dice levanto la cabeza para ver qué ocurre con ese libro, me encuentro con que ya ha pasado. Ya han salido las críticas, la mayoría de las personas amigas lo han leído aprisa y corriendo y ya te han dado más o menos su opinión o te la han dejado de dar. Cuando uno está todavía inmerso en el proceso del nacimiento del libro, resulta que éste, hasta cierto punto, ya ha muerto.
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