Veo el titular de la muerte de Maria Schneider en la cafetería de la funeraria de Zamora. He venido de urgencia al velatorio (mañana será el funeral) de la madre de uno de mis tíos, es decir, la abuela de mis primos. Mis primos son, para mí, como hermanos. Así que he venido a estar con ellos. Mientras tomamos un café en la sala anexa, una de esas cafeterías donde sólo hay máquinas, veo lo de Maria Scheneider, que ha muerto de cáncer a los 58 años, en París, y cuya imagen es, para muchos de nosotros, esencial en la formación erótica que nos proporciona el cine: El último tango en París, junto a Marlon Brando. El velatorio ha sido en la misma funeraria donde velamos a mi madre; en la misma sala, incluso. Los recuerdos regresan. Revivo momentos. El dolor siempre está ahí, agazapado, acechando. Mañana echaré una mano para transportar el féretro a su sepultura. Será la tercera vez que lo haga en un año (mañana se cumple un año del fallecimiento de la abuela de M.), y luego regresaré a Madrid. Entre unas cosas y otras estoy agotado: viajes, enfermedades, hospitales, muertes, funerales, pérdidas, antologías, presentaciones, compromisos, prólogos, artículos, favores... Esta es una época en la que me veo al límite de mis energías. Pero no caeré, claro: lo que no te mata, te hace más fuerte, etcétera.
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