Hay días raros que también son días bellos: en mi vida secreta, en la que plasmo en estas páginas, nada es blanco y nada es negro. A veces miento y engaño, sí, pero sé lo que está bien (apuntar lo que recuerdo, por si algún día pudiera servir de algo): y bien está no acostumbrarse a las cosas, no permitir que los días nos ganen la partida. En mi vida secreta, a pesar de todo lo que el sol nos depara, hay mucho más: están estas páginas llenas de grietas; páginas que no defenderé, pues es éste un mundo donde todos somos a nuestra manera mentirosos, y aun así nos cogen cojos. Estas páginas no son un periódico, en ellas caben las palabras de una monja vieja enamorada de Robin Hood y los titulares de una publicación conservadora que salía cada Nochevieja y que quizás ya no exista. Al contrario de la de Leonard Cohen, en mi vida secreta no siempre hace frío y no siempre estoy solo. Mi tristeza, hoy, lo confieso, venía también dada por la intuición de que no valía la pena seguir apuntando todo esto, estaba pensando en tirar la toalla. Y ya ves, Prullàs, que siempre hay fuerzas para ascender el precipicio: basta con contar lo que te acontece cualquier día para tener la certeza de que nuestra vida es mucho más, de que hay otra vida secreta, donde también vivimos, donde el tiempo es otro y donde podemos ser lo que fuimos y seremos, distintos y eternos a cada momento.
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