Si amas The Wire, debes leer este libro. Es el origen de todo. El creador de aquella fascinante tragedia griega de policías y traficantes, es decir, David Simon, empezó por aquí, con este impresionante libro de no ficción: un reportaje escrito a lo A sangre fría (es decir, con la presencia del autor en todo momento, pero sin que se note, como si el reportero no estuviera allí y sólo fuera una especie de cámara silenciosa que lo registra todo), un reportaje en el que Simon invirtió varios años de su vida, empezando por el año de 1988 en que se pegó a los talones de los inspectores de Homicidios de Baltimore y aprendió cuanto es posible aprender sobre su trabajo, sus rutinas, sus técnicas y sus desvelos.
Homicidio se subtitula Un año en las calles de la muerte y autores como Martin Amis tachan este libro de obra maestra. Lo es. Se trata de un trabajo magistral, impecable, que incluye un prólogo de Richard Price y que te cuenta cualquier detalle relacionado con la investigación policial: las llamadas al departamento cuando hay un asesinato, los cadáveres en medio de la lluvia, las pistas falsas, los agotadores interrogatorios, el pub irlandés donde se emborrachan al terminar sus turnos, las jornadas larguísimas en las que los polis no duermen durante días, la obsesión por esos casos convertidos en rompecabezas irresolubles, el humor negro con el que se protegen durante los levantamientos de cadáveres y durante las autopsias, los chistes entre agentes que se putean para sobrellevar la rutina, la cadena de mando propia de un régimen castrense en el que nadie olvida que “la mierda rueda hacia abajo”, la trayectoria interna de los proyectiles, la lectura de los escenarios del crimen… 700 páginas asombrosas, que uno devora sin cansarse, y en las que se registran hasta los más pequeños detalles de los casos de un año: asesinatos de niñas, tiroteos entre bandas, viudas que matan para cobrar el seguro, mujeres destripadas en descampados… Un libro apasionante del que ofrezco un par de extractos:
Un hombre de homicidios sobrevive aprendiendo a leer la cadena de mando de la misma forma que un gitano lee las hojas del té. Cuando los de arriba hacen preguntas, se hace indispensable aportando respuestas. Cuando buscan un motivo para ir a la yugular de alguien, arma un informe tan impecable que hace que piensen que duerme abrazado al reglamento. Y cuando simplemente piden un trozo de carne que colgar de la pared, aprende a hacerse invisible. Si un inspector conoce los trucos necesarios para seguir en pie tras la bola roja de turno, el departamento le concede algún crédito por haber demostrado que tiene cerebro, y le deja tranquilo para que pueda volver a contestar el teléfono y mirar cuerpos muertos.
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Porque en un departamento de policía que cuenta con tres mil almas que han jurado servicio, tú eres uno de los treinta y seis investigadores a los que se ha confiado la resolución del más extraordinario de los crímenes: el robo de una vida humana. Tú hablas por el muerto. Tú vengas a aquellos que ya no están en este mundo. Puede que el cheque con tu paga venga del departamento fiscal, pero, maldita sea, después de seis cervezas puedes convencerte sin demasiados problemas de que trabajas directamente para Dios, Nuestro Señor. Si no eres tan bueno como deberías, durarás sólo un año o dos y te transferirán al departamento de fugitivos o de robos de coches o de fraude, al otro extremo del pasillo. Si eres lo bastante bueno, nunca harás otra cosa como policía que sea más importante que esta. Homicidio es primera división, la pista principal, el mayor espectáculo del mundo. Siempre lo ha sido. Cuando Caín se cargó a Abel, el Tipo de Arriba no envió abajo a una pareja de policías de uniforme para que armaran el caso de la acusación. ¡Demonios!, ni hablar: hizo llamar a un jodido inspector. Y siempre será así, porque la unidad de homicidios de cualquier fuerza policial urbana ha sido durante generaciones el hábitat natural de esa rara especie: el policía que piensa.
[Traducción de Andrés Silva]