El día 17 de diciembre de 2010, en torno a las 8:30 de la mañana, M. y yo entrábamos en un hospital de Madrid para que le hicieran una ecografía. A esa misma hora, mi familia entraba con mi madre en un hospital de Zamora para que comprobaran su estado de salud, muy endeble en los días previos. Un niño gestado tres meses atrás estaba en camino: la eco mostró que estaba sano, que estaba bien, que había vida. No se lo habíamos contado a nadie por consejo del médico. Salimos eufóricos del hospital. Yo imaginaba la reunión familiar que tendríamos el 23 de diciembre para anunciarlo entre risas y champán. Apenas tres o cuatro horas después mi hermana me llamó para decirme que nuestra madre tenía metástasis en el hígado. Los médicos dijeron que no pasaría del fin de semana. Y así fue, como ya sabéis muchos de vosotros: falleció el 19, por la mañana. El 17 de diciembre me dieron una de las mejores noticias de mi vida y también una de las peores noticias de mi vida. Así que M. y yo nos hemos debatido durante estos días entre el dolor y la alegría, entre la risa y el llanto, entre la pena y el júbilo, con ese secreto que nos carcomía por dentro y que nunca pudimos contar a mi madre porque ya era demasiado tarde. Hasta ayer no se lo hemos dicho a la familia. Durante este año, pero sobre todo en las dos últimas semanas, M. y yo hemos zozobrado entre lo que se va y lo que viene, entre lo que va a morir y lo que va a nacer, entre lo que empieza a latir y lo que está dejando de palpitar, entre la gestación y la agonía, entre la salud y la enfermedad. Tal vez a algunos os parezca frío o extraño o impúdico que lo cuente aquí, que lo anuncie en un blog. Sin embargo, en los últimos días he aprendido a mover ficha antes de que sea demasiado tarde. Llevaba meses dándole vueltas a la escritura de una novela relacionada con estos temas (vida y muerte, nacimiento y enfermedad, memoria y olvido) y ahora, por suerte y por desgracia, ya conozco el final de ese libro. Aunque empezaré a escribirlo en febrero o marzo, prefiero que sepáis el argumento. Por si acaso me muero antes de poder acabarlo; nunca se sabe. Para que no quede en el olvido. Esto no es un cuento, aunque parezca una película, una tragicomedia en montaje paralelo. No, amigos, esto es la puta realidad, que no deja de envolverme en su desbarajuste de sorpresas. Feliz navidad.
Hace 12 horas