miércoles, noviembre 24, 2010

También esa actitud es infame

Por culpa del comportamiento del hombre blanco que alardeaba de racista y de machista en el pasado y además lo era de verdad, algunos pagamos hoy sus cuentas sin que tengamos que ver con el machismo ni con el racismo ni con otros desórdenes y perturbaciones de la mente, ajenas al sentido común. Quiere decirse que sí, que el hombre blanco (y con “el hombre” me refiero exactamente al varón, y no a la mujer) hizo demasiadas canalladas, que cometió muchos crímenes, que aún los comete, que pasó a cuchillo y a balazos a los indios, a los negros, a todas las razas de color que se le pusieron por delante, y que sometió a la mujer y la apalizó y la asesinó y aún lo hace, y esto lo hizo “el hombre blanco” en general, porque eso siempre será una generalización. Y por su culpa, por sus errores, por sus crímenes, por sus pecados, algunos tenemos que arrastrar sus etiquetas, tenemos que soportar que nos llamen lo que ellos eran por el simple hecho de ser varones y blancos. Si eres un varón y eres blanco, hoy día lo tienes difícil en la liza: cualquiera puede bautizarte con un “machista” y con un “racista” para taparte la boca. Saben que, de ese modo, no te atreverás ni a rechistar. Aunque sea mentira. Porque, ante acusaciones de esa índole, no sabemos cómo defendernos.
Y lo cierto es que, hablando en fino, algunos hombres estamos hasta los huevos de que algunas personas pretendan taponar una discusión con esas dos etiquetas, con esos dos insultos que esgrimen como si fueran balazos y ante los que nada podemos hacer, no podemos protegernos. Al machista, y me refiero al machista de verdad, esas acusaciones no le hacen mella porque, cuando se lo llaman, lo que devuelve es una hostia. A ti y a mí, en cambio, si nos lo llaman, no sabemos cómo reaccionar, cómo defendernos, nos quedamos mudos, de piedra, sin entenderlo. A mí no suele pasarme. Pero lo veo a diario, me encuentro con esas actitudes y me joden. Una vez vi cómo un tipo quería meter su coche en el garaje, taponada la puerta por la furgoneta de unos inmigrantes, y, como estaba desesperado tras tanto tocar el claxon y dar vueltas a la manzana, acabó llamando a la policía para que solucionara el brete. Cuando la poli se fue, una vez resuelto el asunto, mientras el muchacho maniobraba para entrar al garaje, uno de los inmigrantes lo llamó “racista” a gritos. Hoy día es una palabra, una acusación, que se oye mucho en la tele. Va la policía y detiene a un camello y el camello, por ser árabe, los llama “racistas”, cuando lo que hacen es cumplir con su deber. Si un blanco y alguien de color discuten, lo más seguro es que la pendencia acabe cuando el segundo llame “racista” al primero, sea cierto o no; incluso aunque el auténtico racista pueda ser el segundo, tampoco sería tan raro.
Con lo del machismo ocurre tres cuartos de lo mismo o aún peor. Estamos llegando a un punto tan bajo que, incluso si pretendes pagarle una copa a una chica en un bar, corres el riesgo de ser calificado de “machista” o de “sexista”. Ahora, en algunas discusiones entre hombres y mujeres, hay mujeres que tiran de la vía fácil: llaman “machista” al contrario, al oponente, y se quedan tan anchas aunque no sea cierto. Se usa y abusa demasiado de ambos términos, de ambas descalificaciones y por ello pagamos los inocentes. Es una actitud, ésta, ignominiosa, y habría que desterrarla cuanto antes. Hoy en día es una agresión común y nadie dice nada de esto. Sé que los machistas y los racistas han cometido miles de crímenes, pero a mí no me culpen. No tengo nada que ver. Y como yo, muchos otros. No nos culpen.


El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla