George Street es el límite de la zona comercial con la zona peligrosa. A esa altura de la calle los negocios escasean y los compradores se dan la vuelta. Pubs históricos como Three legs, abiertos desde las diez de la mañana, son tomados por grupos de hooligans desempleados que desayunan pintas de cerveza con huevo frito y bacon. Los navajazos y disparos son algo habitual en esta zona, que refleja el carácter industrial de esta ciudad. El área está llena de familias de desempleados yonquis, de esas que conciben un hijo por año para recibir más ayudas del Estado, y los beneficios se van en heroína, papel de aluminio y amoniaco, mientras los niños crecen en un ambiente de violencia y depravación. El Gobierno ha planteado esta cuestión muchas veces, pero no parece haber encontrado una solución. Alimentar la vagancia y el absentismo crea estratos marginales que terminan por convertirse en un problema, en una lacra social. En los pasillos de los edificios de protección se vende hierba, coca y caballo. Los menores juegan con armas y las mujeres alimentan a sus bebés con biberones usados y sin esterilizar. George Street es la marca, el linde, la frontera entre el mundo de las víctimas sociales y el mundo de las víctimas económicas. Julianne creía que si perteneciese a esta clase de parásitos no habría tenido tantos problemas de dinero. Pero detestaba las drogas… que no se venden en farmacia.
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