Una invitación a una “cena artística” a la que en realidad no desea presentarse, justo el día en que acaba de asistir al entierro de una antigua amiga que se suicidó, le sirve al narrador para acometer contra la burguesía de Viena, contra la sociedad, contra los artistas que se venden al Estado, contra quienes no tienen horizontes, contra sus viejos amigos y contra sus nuevos enemigos. Bernhard reparte estopa y el lector goza con su humor que lo aniquila todo y con sus invectivas y con esa prosa que parece una partitura llena de reflexiones y de circunloquios. Thomas Bernhard es uno de los autores con los que más disfruto:
Creemos que tenemos veinte años y actuamos en consecuencia, y en realidad tenemos más de cincuenta y estamos totalmente agotados, pensaba, nos tratamos como a los veinte años y nos echamos a perder y tratamos también con todos los demás como si tuviéramos veinte años, pero tenemos cincuenta y, en realidad, no soportamos ya nada, y nos olvidamos también de que tenemos un padecimiento, varios, muchos padecimientos juntos, lo que se llama enfermedades mortales, con las que tenemos que existir ya desde hace muchísimo tiempo, de lo que, sin embargo, hacemos caso omiso y lo que no consideramos cierto en absoluto durante muchísimo tiempo, mientras que, sin embargo, están ahí, continuamente, durante toda la vida y un día nos matan, efectivamente, nos tratamos como si tuviéramos aún las fuerzas que teníamos hace treinta años, mientras que ni siquiera tenemos una fracción de esas fuerzas de hace treinta años, no tenemos ya nada de esas fuerzas, pensaba en mi sillón de orejas.
[Traducción de Miguel Sáenz]