La fiesta de la adolescencia empezó a cobrar un cierto esplendor cuando, por vez primera después de tantos siglos de reinado del mañana, los chicos descubrieron que tenían dinero, cosa que hasta entonces nos había sido negada, y que podían gastarlo mientras aún eran jóvenes y fuertes, y antes, además, de que los periódicos se apoderasen de esa fábula de la adolescencia y los prostituyeran, como los censados parecen hacer con todo lo que tocan. Sí, francamente, fueron días realmente esplendorosos aquellos en que descubrimos que ya nadie podía pisarnos los callos, porque al fin teníamos dinero que gastar, y nuestro mundo sería nuestro de verdad, sería el mundo que nosotros queríamos, y no tendríamos que continuar de pie en el umbral del mundo de otros, esperando a ver si nos daban caramelos, quizá.
[Traducción: Baldomer Porta]