Hablan maravillas de esta colección de relatos y tienen razón. El debut de Wells Tower es impresionante: nueve cuentos (of course) en los que pone contra las cuerdas a varios personajes en tensión (casi siempre son tres, los protagonistas de cada historia), esos personajes literarios que tanto me gustan: perdedores, desencantados, gente en busca de otros horizontes y de nuevas oportunidades. La mayoría de esos antihéroes están separados o divorciados o tratan de resolver diferencias familiares (atención a la primera frase del relato “Retiro”: A veces, sólo a veces, después de unas seis copas bien cargadas, llamar a mi hermano por teléfono no parece una idea descabellada). Algunos de los comienzos remiten a Raymond Carver, con quien el autor ha sido comparado. En “A través del valle” un hombre se ve obligado a llevar en su coche a su hija y al novio de su ex mujer, camino del hospital. En “Leopardo” nos cuenta la historia de un niño que detesta a su padrastro. En “La América salvaje” una adolescente rebelde se enfada con sus amigos y tienta la suerte cuando conoce a un hombre que, en realidad, oculta a un depredador sexual. Sin embargo, y a mi juicio, falla el último cuento, que da título al libro: “Todo arrasado, todo quemado” es una historia de vikingos en clave de humor y con un lenguaje anacrónico, muy distinto al resto de los relatos. No es que el texto sea malo, sino que no me parece que encaje con el tono general del libro. Este fragmento pertenece a “La costa marrón”, en la que un tipo sin suerte va a pasar unos días a una cabaña junto a la playa:
Había pasado por una mala racha y, además de varios pequeños errores de cálculo, había perpetrado tres cagadas importantes que iban a tardar mucho tiempo en solucionarse. Había llegado al trabajo con una borrachera de órdago, había cometido un descuido desastroso en una casa en cuya construcción participaba, y al poco tiempo había perdido el empleo. Al cabo de unas semanas su coche había chocado por detrás con un abogado que, a consecuencia del impacto, había empezado a sufrir chasquidos en la mandíbula y que había convencido a un jurado de que esa lesión valía treinta y ocho mil dólares, cifraba que superaba en dos mil dólares la cantidad que Bob había heredado de su padre. Lo peor de todo era que él había intentado consolarse de tan desagradable asunto manteniendo un romance con una mujer solitaria a la que había conocido en el curso de tráfico. Aquello no le había procurado ningún placer, todo se había limitado a una serie de patéticas refriegas en un apartamento de una sola planta impregnado de un fuerte olor a almizcle de gato.
[Traducción de Ismael Attrache]
Había pasado por una mala racha y, además de varios pequeños errores de cálculo, había perpetrado tres cagadas importantes que iban a tardar mucho tiempo en solucionarse. Había llegado al trabajo con una borrachera de órdago, había cometido un descuido desastroso en una casa en cuya construcción participaba, y al poco tiempo había perdido el empleo. Al cabo de unas semanas su coche había chocado por detrás con un abogado que, a consecuencia del impacto, había empezado a sufrir chasquidos en la mandíbula y que había convencido a un jurado de que esa lesión valía treinta y ocho mil dólares, cifraba que superaba en dos mil dólares la cantidad que Bob había heredado de su padre. Lo peor de todo era que él había intentado consolarse de tan desagradable asunto manteniendo un romance con una mujer solitaria a la que había conocido en el curso de tráfico. Aquello no le había procurado ningún placer, todo se había limitado a una serie de patéticas refriegas en un apartamento de una sola planta impregnado de un fuerte olor a almizcle de gato.
[Traducción de Ismael Attrache]