LOS SERES EFÍMEROS
Cuando Scott regresó a Inglaterra no entendió la ausencia de vítores. ¿Es que sus compatriotas habían olvidado cómo se recibe a los héroes? Nadie había ido a esperarle. Así que tomó un coche y, de camino a casa, empezó a preocuparse.
El inmenso silencio de su hogar hizo madurar esa semilla inicial de preocupación. Vagó por la salita y, súbitamente, dio con la portada del periódico vespertino. En ella aparecía una fotografía que ilustraba la hazaña que él mismo había consumado. Se acercó, contempló la imagen y parpadeó repetidas veces. El titular estaba equivocado. Todo aquello era un terrible error… Leyó: “El noruego Amundsen regresa a casa sano y salvo. La Historia le reserva ya el inmenso honor de ser el primer hombre en llegar al Polo Sur”.
Scott cerró los ojos y se dejó caer en una silla.
* * *
Segundos más tarde volvía a abrirlos. El frío extremo no había disminuido. Y tampoco su agotamiento. Nevaba, Scott recordó que Evans y Oates habían muerto, y ahora sabía que tampoco él regresaría jamás a Inglaterra. Buscó su diario y, en el interior de su tienda, escribió: “Si hubiéramos sobrevivido, habría podido narrar la historia de la audacia, la resistencia y el valor de mis compañeros; una historia que habría conmovido el corazón de cualquier inglés…”.
Cuando Scott regresó a Inglaterra no entendió la ausencia de vítores. ¿Es que sus compatriotas habían olvidado cómo se recibe a los héroes? Nadie había ido a esperarle. Así que tomó un coche y, de camino a casa, empezó a preocuparse.
El inmenso silencio de su hogar hizo madurar esa semilla inicial de preocupación. Vagó por la salita y, súbitamente, dio con la portada del periódico vespertino. En ella aparecía una fotografía que ilustraba la hazaña que él mismo había consumado. Se acercó, contempló la imagen y parpadeó repetidas veces. El titular estaba equivocado. Todo aquello era un terrible error… Leyó: “El noruego Amundsen regresa a casa sano y salvo. La Historia le reserva ya el inmenso honor de ser el primer hombre en llegar al Polo Sur”.
Scott cerró los ojos y se dejó caer en una silla.
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Segundos más tarde volvía a abrirlos. El frío extremo no había disminuido. Y tampoco su agotamiento. Nevaba, Scott recordó que Evans y Oates habían muerto, y ahora sabía que tampoco él regresaría jamás a Inglaterra. Buscó su diario y, en el interior de su tienda, escribió: “Si hubiéramos sobrevivido, habría podido narrar la historia de la audacia, la resistencia y el valor de mis compañeros; una historia que habría conmovido el corazón de cualquier inglés…”.