Y por último, y con esto ya finalizo: ¿Respetará el Tiempo el legado literario de un escritor que nunca se vendió?
Veamos cuál podría ser la opinión del propio Shalámov al respecto:
Un hombre, desde Kolymá a Moscú, envía por avión una rama de árbol, una rama de alerce, una rama muerta de la naturaleza. No la manda con la intención de que le recuerden a él. Sino en recuerdo de los millones de seres asesinados, torturados hasta la muerte y que se apilan en las fosas comunes al norte de Magadán, en Kolymá. Se trata de una rama reseca, azotada por los vientos de los aviones, aplastada, quebrada en el vagón de correo. Una rama de un color marrón claro, dura, huesuda, la rama de un árbol del Norte. Una mujer la pone en agua. Tres días y tres noches después, a la mujer la despierta un extraño olor, débil, delicado, nuevo, como a trementina: en la recia y leñosa piel de la rama se han abierto paso, han brotado a la luz, nuevas agujas, jóvenes y vivas.
El alerce está vivo, el alerce es inmortal.
Veamos qué opino yo:
Un poeta, Varlam Shalámov, desde Kolymá a San Andrés de los Tacones, envía por libro, una rama de árbol, la rama de alerce de su poesía. David González no la pone en agua. La pone sobre este folio con la esperanza puesta en que en la rama se abran paso y broten a la luz nuevas agujas, jóvenes y vivas que continúen manteniendo vivo el recuerdo de los millones de seres humanos asesinados y torturados hasta la muerte en cualquier parte de nuestro planeta. David González no la pone en agua. La pone sobre este folio porque como todos sabemos o deberíamos saber:
El papel es uno de los rostros, una de las metáforas del árbol, un árbol que destila savia, que destila resina a modo de lágrimas.
Veamos cuál podría ser la opinión del propio Shalámov al respecto:
Un hombre, desde Kolymá a Moscú, envía por avión una rama de árbol, una rama de alerce, una rama muerta de la naturaleza. No la manda con la intención de que le recuerden a él. Sino en recuerdo de los millones de seres asesinados, torturados hasta la muerte y que se apilan en las fosas comunes al norte de Magadán, en Kolymá. Se trata de una rama reseca, azotada por los vientos de los aviones, aplastada, quebrada en el vagón de correo. Una rama de un color marrón claro, dura, huesuda, la rama de un árbol del Norte. Una mujer la pone en agua. Tres días y tres noches después, a la mujer la despierta un extraño olor, débil, delicado, nuevo, como a trementina: en la recia y leñosa piel de la rama se han abierto paso, han brotado a la luz, nuevas agujas, jóvenes y vivas.
El alerce está vivo, el alerce es inmortal.
Veamos qué opino yo:
Un poeta, Varlam Shalámov, desde Kolymá a San Andrés de los Tacones, envía por libro, una rama de árbol, la rama de alerce de su poesía. David González no la pone en agua. La pone sobre este folio con la esperanza puesta en que en la rama se abran paso y broten a la luz nuevas agujas, jóvenes y vivas que continúen manteniendo vivo el recuerdo de los millones de seres humanos asesinados y torturados hasta la muerte en cualquier parte de nuestro planeta. David González no la pone en agua. La pone sobre este folio porque como todos sabemos o deberíamos saber:
El papel es uno de los rostros, una de las metáforas del árbol, un árbol que destila savia, que destila resina a modo de lágrimas.
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[Extracto del texto Con el grito de los perros detrás de mí]