lunes, marzo 08, 2010

Un profeta



A los 5 minutos de empezar esta película, al protagonista (Malik El Djebena, árabe nacido en Francia), recién llegado a la cárcel y sin protección ni amigos, le plantean los mafiosos un ultimátum: tiene que matar a un soplón; si no lo hace, ellos le matarán a él. La única manera de hacerlo es introduciéndose una hoja de afeitar dentro de la boca, sacarla luego con ayuda de la lengua, sujetarla entre los dientes y acercarse al tipo para cortarle la yugular. En las escenas previas vemos a Malik tratando de evitar esa situación. Pronto tiene claro que no hay manera de escapar. O mata o le matan. No hay otra alternativa. La secuencia en la que pasa al chabolo del otro recluso y empieza a ponerse nervioso esperando el momento perfecto para asesinarlo entrará, a mi entender, en la lista de las mejores secuencias carcelarias de la historia. Y no desvelo más.

Un profeta cuenta el ascenso de un preso de 19 años de cuyo pasado lo ignoramos todo: desde la nada, sin amigos ni cómplices, hasta su progreso en el mundo del hampa carcelario, pasando por sus servicios domésticos (se convierte en "el perro de los corsos"), sus favores, sus intercambios de información con gángsters de dentro y de fuera de la cárcel y sus planes para ir sobreviviendo con cada jugada que hace sobre el tablero de la vida. La cámara del director, Jacques Audiard, a menudo llevada al hombro, consigue que el espectador esté metido en la cárcel, asfixiado por los dilemas y los callejones sin salida en los que se ve envuelto Malik mientras trata con corsos, musulmanes, egipcios, gitanos y franceses. Es una película dura, áspera, que oprime y te desasosiega, y en la que resulta vital el trabajo del protagonista, el actor Tahar Rahim, que lo borda. Todas esas relaciones de poder y tráfico entre unos y otros mafiosos (los que están fuera y los que cumplen condena) me recuerdan al filme Gomorra. Pero Un profeta resulta muy superior.