miércoles, octubre 28, 2009

Diarios, de John Cheever


Es fascinante el retrato lleno de luces y de sombras que hace de sí mismo John Cheever en estos cuadernos publicados tras su muerte. Es lógico que no quisiera editarlos en vida porque, como dicen en la contraportada de la edición de Emecé, es "un muestrario de ambigüedades". En numerosos diarios se oculta parte de la verdad. Cheever, al contrario, no oculta, sino que nos muestra su cara más oscura, desvela aspectos como su bisexualidad, sus amantes de ambos sexos, su relación de amor y odio con su mujer, la preferencia por uno de sus hijos (para los otros dos tiene menos anotaciones y son frías, distantes); habla de su alcoholismo, de cómo está atado a la botella desde por la mañana, de sus esfuerzos por mejorar como escritor. Son casi 500 páginas de dolor y angustias, con una consistente traducción de Daniel Zadunaisky, abundantes notas de Rodrigo Fresán y una introducción de su hijo Benjamin.
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Estos cuadernos fueron escritos desde los años 40 a los años 80. Es, pues, un libro esencial para quien quiera conocer a Cheever a fondo. Incluso en algunos pasajes uno llega a pensar que estamos ante un hombre un poco despreciable. Aunque sigo prefiriendo sus cuentos, en estas páginas encontramos al autor sin ninguna máscara. Las últimas páginas, en las que cuenta cómo trata de combatir el cáncer, sin éxito, me parecen demoledoras. Lo que copio a continuación no está en los diarios, sino que aparece citado por Fresán en una de las notas al pie, pero lo pongo porque es una de las mejores definiciones sobre la narrativa que he leído:
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Una página de buena prosa es aquella donde uno puede oír la lluvia. Una página de buena prosa es aquella donde escuchamos el rugido de una batalla. Una página de buena prosa tiene el poder de hacernos reír. Una página de buena prosa me parece a mí el diálogo más serio que pueden llegar a tener las personas bien informadas e inteligentes a la hora de mantener ardiendo pacíficamente los fuegos de este planeta.