Me decía por teléfono un poeta, a raíz de los disturbios de Pozuelo de Alarcón, que ahora los jóvenes ya no luchan por un ideal, sino por el botellón. Parece como si ahora el único ideal fuera la falta de ideales. Ya hemos apuntado alguna vez la diferencia entre, por ejemplo, aquellos disturbios de Francia, de hace unos años, por motivos de desempleo y discriminación, y las batallas campales de algunas zonas de España, que casi siempre se originan por asuntos de botellón. Recordemos el lío del último Jueves Santo en Zamora, cuando a causa de la lluvia nocturna los chavales se refugiaron en el parking de San Martín con las botellas y los vasos para poder continuar la parranda. Lo de Pozuelo terminó como en esa película de John Carpenter, “Asalto a la comisaría del distrito 13”, pero sin rifles ni pistolas.
Lo triste de esta clase de incidentes es que los políticos aprovechan el resquicio para hacer demagogia. Los convierten en una plataforma para que unos acusen a otros. Se ha llegado a decir que el motivo del tumulto de Pozuelo de Alarcón se origina por el malestar que causa la crisis en los ciudadanos. Y yo creo que las causas, el origen del problema, son más profundas. Podríamos aventurar que todo parte de una sociedad en la que los más jóvenes gozan de más oportunidades y mejoras en su vida (televisores en cada cuarto, un ordenador por cada miembro de la familia, el dvd y el ipod y el móvil y la conexión a internet y las redes sociales para comunicarse: ventajas de las que no gozábamos los de mi generación, cuando por ejemplo te ibas a estudiar a Salamanca y sólo tenías una radio en tu cuarto, una vieja máquina de escribir y un par de libros), pero en la que falta el núcleo familiar. Es decir, en la actualidad, quienes tienen hijos ya no pueden dedicarles el tiempo que requieren. El padre y la madre trabajan y el hijo está recluido en su cuarto, tal vez conectado a la red. Las familias, de ese modo, pierden su estructura. Y con ello la educación cae en picado. Me refiero a la auténtica educación: la que deben dar los padres dentro del ámbito familiar. Más de una vez he descrito la actitud de los menores (no de todos, por cierto: pero sí hay demasiados casos) en las madrugadas madrileñas, su comportamiento dentro de los búhos y de los vagones del metro, su actitud agresiva hacia los demás. Llevo casi veinte años saliendo de noche y sabemos cómo el alcohol desvirtúa los comportamientos, pero lo de ahora clama al cielo. Te lleva a preguntarte: “¿Qué les ocurre a estos muchachos?” Aquí podríamos incluir otra respuesta: cuanto más te dan, más quieres. A propósito, he leído que Pozuelo tiene la renta per cápita más alta de la comunidad de Madrid.
No debemos olvidar, tampoco, que están convirtiendo este país en una copia de otros países europeos, en el que la gente tendrá que ir a tomar una copa a los bares por la tarde, porque casi todos cerrarán de noche; un país que empieza a apestar a conservadurismo y a restricción. Ni olvidemos que, a menudo, no sólo hay restricciones policiales por motivos de botellón: pensemos en esos conciertos al aire libre de bandas con músicos jóvenes en los que aparece la policía para cerrar el chiringuito a pesar de ser actos permitidos por los ayuntamientos (recuerdo algún ejemplo célebre de mi ciudad). Y tengamos en cuenta que los policías hacen su trabajo. Igual que los soldados. Reciben órdenes y las cumplen. Pónganse en su pellejo, también. No es fácil lidiar con una de las sumas más explosivas de nuestra sociedad: alcohol + muchedumbre. Es, en definitiva, un tema muy complejo. Aunque cada político quiera despacharlo con una sola frase frívola, velando sólo por sus intereses.