A menudo echo un vistazo a los programas de viajes que emiten en distintas cadenas de televisión. Se han puesto de moda. Españoles en el mundo, callejeros viajeros, madrileños por el planeta, supervivientes de toda índole, aventureros al filo de lo imposible. Sé que esos no son los títulos literales, pero da lo mismo y además no me apetece mirarlo ahora. “Luego te lo miro”, como dicen en Muchachada Nui. Toda cadena mantiene en este momento su programa sobre gente que recorre el mundo. Los hay que basan su propuesta en el personal de las ciudades, al que entrevistan y acompañan, y los hay que escalan montañas o desayunan gusanos. Veo trozos, fragmentos de estos programas, mientras estoy leyendo. La lectura de un libro de entrevistas, por ejemplo, se puede compaginar adecuadamente con los vistazos a la tele. Lees una respuesta y te concentras en ella. Luego lo dejas y levantas la vista y ves a una señora hablando en Islandia o a un tipo en Estambul. A mí estos programas me gustan, me parece que están bien y que aprovechan. Le dan a uno ganas de viajar y en ocasiones se pregunta, cuando ve a un español contar su vida en otro país: “¿Y qué hago yo en España? ¿Por qué no me mudo a otra parte?”
El otro día, en lo de Risto Mejide, decían que todo cuanto hace Bear Grylls, el héroe de “El último superviviente”, está amañado. Que se trata de un montaje. Incluso vimos imágenes: detrás del tipo hay un equipo entero, que va echando una mano y supervisando el tinglado. Ni siquiera hay riesgo en las escenas. Toman medidas para evitarlo. Pero esto es algo que mi hermano llevaba un tiempo diciendo, que había trampa y cartón. Lo cual no quita para que a mí el tal Grylls me caiga bien. Salvo que es un poco guarro: siempre está zampándose peces vivos, gusanos, culebras y lo que le salga al paso. El requisito para ser el protagonista del programa no sería, pues, tener instinto de supervivencia, sino poseer un estómago a prueba de bala y buenas tragaderas. Tampoco me sorprende que algunos de estos programas estén amañados. Ya lo hemos dicho alguna vez: cuanto sucede en televisión es tan real como cuanto sucede en las películas. En los programas de la tele en plan reality está todo preparado, hay ensayos y un montón de preparativos. ¿Por qué esto es así? Pues porque, de lo contrario, los patrocinadores y el productor perderían un montón de pasta. Pongamos por caso que Bear Grylls, en sus aventuras por la selva, la palma. Que se cae por un precipicio, o se envenena, o le ataca un indígena con lanza. ¿Qué pasa entonces? El tío muere, el cámara se va al garete, pierden el equipo, la cadena se queda sin programa, están los seguros y las indemnizaciones… Un lío, vaya.
O supongamos que el plano que quieren conseguir no sale con naturalidad. Pues a veces fuerzan las situaciones. Se las arreglan para que un animal haga esto o lo otro. O para que un nativo repita veinte veces un gesto o una palabra hasta que le salga bien. En la grabación de muchos reportajes de la tele intervienen el ensayo y la repetición. Vi hace tiempo, en un documental sobre mi barrio, cómo los cámaras le pedían a un anciano con bastón que subiera las escaleras del Centro de Salud de Tribulete, para demostrar lo difícil que estaba el acceso a la primera planta. El viejo no tenía ganas de hacerlo, y aquí no intervino la naturalidad, y encima le costaba esfuerzos y energías. Pero lo hizo. Bien, pues en la tele sólo hay que aceptar las trampas, las reglas. Yo las acepto. Sé que, en el fondo, muchos programas son como documentales de ficción. Son realitys, sí, pero de mentira.