Terminé hace días la lectura del “Diccionario del suicidio”, de Carlos Janín, manual de historias que se abre con la definición del “Accidente laboral” y acaba con el suicidio en pareja (y pactado) del escritor Stefan Zweig. Tal y como dije, el libro invita a buscar las obras de otros autores. Juraría que un gran porcentaje de casos de suicidio se da entre poetas, o esa es la impresión que me ha dado el diccionario. Entre poetas, pensadores, gente que se estruja la cabeza. He ido anotando, página tras página, los libros que en principio me interesaban. Pero no se puede uno comprar ni leer todos, así que he hecho una selección. Casi a diario iba a las librerías y buscaba algunos de esos ejemplares, escritos por autores que se suicidaron y dejaron confesiones donde se rastrean las huellas de lo que luego hicieron. Merodeando por una librería, la casualidad quiso que descubriera una novedad: “Autorretrato”, de Édouard Levé, un artista polifacético (pintor, fotógrafo, escritor), quien se mató hace dos años, justo después de escribir un libro titulado “Suicidio”, de próxima publicación en la misma editorial. Levé no aparece en el diccionario. Ningún diccionario es exhaustivo y también lo afirma su autor en la “Introducción”. Siempre se irá ampliando porque existen los casos poco conocidos, los casos de los que no se tienen detalles, los casos recientes.
De muchos de esos libros citados, o al menos los que a mí me interesan, existe traducción en castellano. No son difíciles de encontrar. Sin embargo, uno de los que más me interesan no se ve por ahí, pero acabaré consiguiéndolo: un libro que compendia dos obras de teatro de la escritora inglesa Sarah Kane. Esta mujer estuvo muy obsesionada con el suicidio. Al final de la entrada que Carlos Janín le dedica, encontramos un síntoma inequívoco de su férrea voluntad de morir: “La autora, por su parte, para que no haya duda sobre sus intenciones, ingiere decenas de barbitúricos, se abre las venas y se ahorca”. Para que nada falle. Algunos lo intentan varias veces, y sólo lo logran tras varios intentos, como la escritora Virginia Woolf, que lo consiguió a la cuarta, en uno de los suicidios más célebres de la historia de la literatura: se internó en el río tras haber metido varias piedras en sus bolsillos. De numerosos pensadores, filósofos y escritores reseñados en el diccionario, podemos encontrar en las mesas de novedades bastantes títulos suyos: los de aquellos que vivieron el auge del nazismo, que soportaron el exilio, la quema de manuscritos por parte de los nazis o los campos de concentración. Son curiosos los casos de quienes se dan muerte después de haber salido de los campos de prisioneros, y no antes. Y muy tristes los casos en que el suicida tarda varios días en morir, soportando una agonía extrema, como Vincent Van Gogh; o en los que yerra el tiro, como Robespierre, que se destrozó la mandíbula y tuvo que esperar a que lo guillotinaran.
Uno de los suicidios que más me sorprendieron, desde que lo leí en un poema de Karmelo Iribarren, es el del actor George Sanders, genial intérprete de “Te querré siempre” y “Eva al desnudo”. Se mató en un hotel de Casteldefells. Estaba aburrido de vivir. Me alegra que no falte en el diccionario la mención al poeta Justo Alejo, nacido en Formariz de Sayago (Zamora), quien se arrojó desde un edificio de Madrid. Hay dos ramas del cine pródigas en suicidios y actitudes extremas que el autor no recoge: las trastiendas del porno y de las películas españolas protagonizadas por toxicómanos y delincuentes. Ahí hay mucho material, casos muy sórdidos. Del primero, recomiendo leer “El otro Hollywood”. Del segundo, “Quinquis dels 80”.