domingo, septiembre 06, 2009

La cara más sucia

Algunos autores extranjeros serán siempre malditos en España, salvo que las cosas cambien. Y las cosas, con un poco de voluntad y apostando por el riesgo, pueden en efecto cambiar. Así lo demuestra la traducción completa de los “Relatos de Kolimá”, de Varlam Shalámov, que están llevando a cabo en la editorial Minúscula. De este autor ya hemos hablado varias veces y no vamos a insistir en ello. Sólo quiero apuntar que, antes de Minúscula, fue Mondadori (que asume riesgos importantes, sobre todo en lo referente a la narrativa extranjera) la que ofreció una selección de relatos que ya es imposible de conseguir en las librerías. En Francia hay culto por todos o casi todos los autores que cito en este artículo y, si uno se pasa por sus librerías, verá lo bien editadas que están sus obras. Por ejemplo, con Shalámov. O con Hubert Selby, Jr., de quien no he sido capaz de encontrar una copia del segundo libro traducido en España, “El demonio”, del que ni siquiera tienen ejemplares en las bibliotecas (tampoco en la Biblioteca Nacional). Seguimos esperando que alguien reedite a Nelson Algren. A la mayoría de estos autores me los recomendó mi colega David González.
Me pregunto por qué es tan difícil encontrar en este país las obras de, por ejemplo, Mohamed Chukri, a quien he citado por aquí varias veces con la intención de devolverle en España el prestigio del que gozó hace años. Ahora está olvidado. Pero, buscando por aquí y por allá, y como anoté hace días en mi blog, he conseguido por fin todos sus libros. Aclaro: los que están traducidos al castellano. Leí ya “Tiempo de errores” y sigo asombrado por su claridad expositiva. Luego conseguí “Jean Genet en Tánger”, en el que recrea su relación de amistad con un autor que suele soltar perlas mientras deambulan por cafés y callejuelas. Genet dice en ese libro: “Odio a todos los gobiernos. No soy bien recibido en Estados Unidos, por ejemplo, a causa de mi homosexualidad y mis antecedentes penales. ¡Como si no hubiera ex presidiarios ni homosexuales en Estados Unidos! Y no puedo ir a la Unión Soviética porque Zdanov, en tiempos de Stalin, prohibió todos mis libros”. De Genet ya no hay manera de hacerse con el que está considerado su libro más importante: “Diario del ladrón”. Busco sin descanso una copia. Tal vez reediten algunos de sus libros gracias a la publicación de las cartas que le envió a Juan Goytisolo. Otro autor cuyas obras son difíciles de conseguir es el egipcio Albert Cossery. Yo lo descubrí tarde, justo cuando se murió y gracias a otro amigo, Patxi Irurzun. Cossery, alojado durante años en un hotel de París, falleció el año anterior. Me hice con todas sus obras y he leído la primera: “Los hombres olvidados de Dios”. De momento, no tiene tanta fuerza como, no sé, Selby o Chukri. Pero uno halla perlas como ésta: “Ese hombre enterraba a los demás sin la esperanza de ser enterrado algún día. Cuando caminaba por las calles siempre parecía llevar un ataúd sobre la cabeza. Su conversación olía a cadáver”.
Creo que sé por qué la mayoría de las obras de estos autores no están traducidas o están descatalogadas. Porque no interesan. No interesa la visión de la sociedad que ofrecen ellos, versados en lo marginal. Porque nos hablan de los mendigos, de los yonquis, de las prostitutas, de los niños tullidos, de los chaperos, de los marginados, de cómo unos están arriba mientras otros chapotean abajo en el barro, de cómo unos lo tienen todo y otros no tienen nada. Sus visiones no son agradables. Muestran el lado menos amable de la vida, la cara más sucia de la sociedad de Tánger, El Cairo o Nueva York. Y eso no vende. La verdad, cuando es tan dura, no interesa.