viernes, septiembre 11, 2009

Hablemos de langostas, de David Foster Wallace


Mañana, 12 de septiembre, se cumple un año de la muerte de David Foster Wallace. Recuerdo lo conmocionados que quedamos todos (salvo Javier Marías: según parece, nunca había oído hablar de él ni por supuesto conocía sus libros) cuando nos enteramos. Este volumen reúne 10 artículos en los que demuestra su versatilidad: su visita a la ceremonia de entrega de los AVN, los premios más importantes del porno; su seguimiento de la campaña de John McCain, por encargo de la Rolling Stone; sus comentarios sobre el humor en algunos textos de Kafka; el ambiente de Bloomington en los días del 11-S; su crítica a la biografía de la tenista Tracy Austin; su asistencia al Festival de la Langosta de Maine... Sólo se le puede reprochar ser demasiado exhaustivo en algunos casos: dos o tres artículos se los recortaron en las revistas, dada su extensión. Basta la lectura de este libro de ensayos para saber que era un genio, dotado de humor, inteligencia y un ojo analítico para desmenuzar su entorno mediante la palabra. El siguiente fragmento pertenece a una de las numerosas notas del libro:
.
Solamente hay que pasar un trimestre intentando enseñar literatura en la universidad para darse cuenta de que la forma más rápida de matar la vitalidad de un autor de cara a sus lectores potenciales es presentar a ese autor de antemano como “genial” o “clásico”. Porque entonces el autor se convierte para los alumnos en algo como la medicina o las verduras, algo que las autoridades han declarado que “les conviene” y que “les tiene que gustar”, momento en que las membranas nictitantes de los alumnos se cierran y todo el mundo asume las tareas automáticas de la crítica y de escribir ejercicios sin sentir absolutamente nada real ni relevante. Es como sacar todo el oxígeno de la sala antes de intentar encender un fuego.