El verano me sirvió para desconectar de los recitales poéticos y las presentaciones literarias. ¿Se puede tener una sobredosis de fatiga por asistencia a varios actos semanales, a veces como espectador, a veces como participante? Yo la tuve. Ahora que julio y agosto terminaron y que estamos a punto de entrar en octubre, he vuelto a ese ruedo, el de los cafés y las tabernas de Madrid donde se mantiene viva y caliente la poesía. Prefiero escuchar un poema en un garito, la cerveza a mano, que pulular por los ateneos. Cuestión de gustos. Para regresar al hábito de los recitales, acudí la otra noche a un local de Lavapiés que, además, me quedaba a menos de dos minutos de casa. Fui a escuchar a mi colega Javier Das, que nos obsequió con poemas nuevos y antiguos, y algunos inéditos que ni siquiera yo había tenido oportunidad de leer; ah, y con un truco de magia con las cartas que sirvió de aperitivo para que echáramos unas risas.
Me gustó el garito. Uno de esos lugares de ambiente especial, muy bohemio. La escritora y poeta Sofía Castañón, que apareció allí por sorpresa, lo definió bien: parecía un local de los tiempos del modernismo y así se había quedado. El único problema es que las bebidas eran carísimas. Por eso, para no afear la cosa, no voy a nombrar el sitio. Pero la caña de cerveza salía a tres euros con cincuenta céntimos; la caña en vaso amplio, se entiende. A otros dos colegas poetas que estuvieron allí, compartiendo velada, Ángel Rodríguez y Javier Belinchón, les soplaron diez pavos por la suma de un gin tonic y un refresco. Quiero decir: esto puede ser aceptable en uno de esos garitos nocturnos donde cobran entrada y se estilan los precios pijos y demás, pero no en un local de mi barrio. He aquí otro de los inconvenientes: la política de precios de Lavapiés es muy inestable, en unos bares te cobran dos euros o menos por una caña y en otros te clavan tres euros con cincuenta e incluso cuatro. Se supone que es una zona tirando a pobre y que esos precios deberían ser altos en otros lugares, como el centro y por ahí. En fin, que nos quedamos con sed una vez se nos acabó la primera ronda de bebidas. Yo no dejé ni gota de mi cerveza, y por ese precio pensé incluso en lamer el vaso. No lo hice. Al acto acudió más gente de la prevista, incluidos algunos de mis amigos de Zamora. Pasaron por allí otros dos buenos compadres: el poeta Gsús Bonilla y el escritor Esteban Gutiérrez Gómez. Bonilla tiene preparado un gran poemario, de momento inédito, pero que debería salir cuanto antes: “Ovejas esquiladas, que temblaban de frío”. Esteban publicó hace unos meses una pieza narrativa de orfebre: “El colibrí blanco”. Por cierto, Sofía tiene ya en las librerías “La sombra de Peter Pan”, poemario en edición limitada y numerada, que aún no he comprado porque los libros de Ediciones del 4 de agosto no se encuentran fácilmente en Madrid. Saludé también a otro poeta: Abel Aparicio, leonés y leonesista.
Lo pasamos bien, disfrutamos gracias a la naturalidad de Javi y a sus poemas, que siempre nos llegan al corazón, lo enganchan y no lo sueltan. Que haga esta crónica apresurada no significa que vaya a escribir de todos los recitales a los que asista a partir de ahora, que empieza la temporada. Es sólo una manera de celebrarlo. Luego, al llegar a casa (pronto: en torno a las diez o así), vi una concentración multitudinaria de ciclistas en el barrio. No se escandalicen: iban vestidos. Lo anoto porque la última vez que allí hubo concentración de ciclistas llegaron todos desnudos y de ello dejé constancia en este periódico; desnudos de arriba abajo, en cueros vivos.