Entré en el supermercado del barrio a comprar un par de productos. El súper del barrio es de Carrefour, siempre con colas larguísimas y con clientes que parecemos salidos de la Torre de Babel y donde a veces he visto alguna cara famosa. Entré en hora punta, las nueve de la noche, o sea, un poco antes del cierre, y a primeros de mes, lo cual significa colas más largas porque la gente ha cobrado y necesita reanimar la nevera y la despensa con nuevos víveres. No sé cuánto me tocó esperar antes de mi turno. Calculo que unos quince o veinte minutos. Al final me habían salido telarañas en los brazos. Al llegar a la caja me fijé en la campaña que esta firma francesa ha puesto en marcha: “Échale una mano al Medio Ambiente”. En su página web han colgado la foto de un hombre con traje y corbata que se cubre la cabeza y el cuello con una bolsa blanca de plástico en la que pone: “Con menos bolsas de plástico todos podemos respirar tranquilos”. Sospecho que lo han sacado de la portada del libro “Entrevistas breves con hombres repulsivos”, de David Foster Wallace, o de uno de los carteles de la película basada en el mismo, que es prácticamente igual pero con los nombres de los actores impresos en la bolsa. No digo que sea un plagio, pero lo parece. La bolsa de la cubierta del libro y del cartel de la película es de papel de estraza, porque son las que utilizan en las tiendas y supermercados de EE.UU.
Mediante dicha campaña se quiere desterrar la bolsa de siempre, la de toda la vida, porque contamina demasiado, no es biodegradable, etcétera. Resulta que a esta clase de talega también la llaman “camiseta”, pero juro que no lo sabía. En la campaña la han bautizado como “bolsa caca”, que yo creo que es exagerar las cosas. Hubo quien supo extraer belleza de una simple bolsa de plástico agitada por el viento en una acera repleta de hojarasca: véase “American Beauty”, de Sam Mendes. Las alternativas que dan en el supermercado son la llamada bolsa de rafia, reutilizable y parecida a un bolso de mujer; y la bolsa 100% biodegradable y que está hecha con “fécula de tubérculo no alimenticio y bioplásticos e impresa con tintas al agua”. La primera cuesta cincuenta céntimos. La segunda, cinco céntimos. Esta última es tan frágil como el papel de fumar. Compré una para llevar mis compras. Llevaba dentro dos productos no muy pesados y, al llegar a casa (dos minutos a pie), ya estaba rota por un lado. Tampoco me importó dar los cinco céntimos; al fin y al cabo, es lo que han hecho siempre en el Dia, o sea, cobrarte por la dichosa bolsa de plástico.
Dos días después encontré en las “Cartas al director” del diario El Mundo la misiva de una lectora que hablaba del tema. Cito uno de sus fragmentos, hablando de Carrefour: “Sus objetivos son meramente económicos, ya que la eliminación de las bolsas de caja les supondrá un ahorro de muchos millones de euros, así como un notable incremento en la facturación de bolsas específicas para basura, que sí las cobran, ya que aquellas venían desempeñando este rol como último uso en su vida útil, antes de pasar de nuevo al circuito del reciclado”. Creo que tiene razón. La campaña llega a nuestro país tan sólo unos días después de este titular de finales de agosto, encontrado en el periódico El País: “La facturación de Carrefour se ve lastrada por España”. Está muy bien ser solidario, respetar el medio ambiente y tal, pero cuando al mismo tiempo le están poniendo el cazo al cliente para que deposite su moneda, es para desconfiar. ¿No? En el súper, por cierto, tienen un detalle: te marcan con un rotulador la bolsa para que puedas utilizarla más veces. Pero se rompe sólo con mirarla.