Algunas personas sufren el verano en el curro y se toman las vacaciones cuando agosto termina. Tengo un par de amigos que se han cogido las vacaciones en septiembre y van a pasar el mes entero en Berlín. Será como una bendición para ellos tras la proeza de aguantar el verano completo en la capital (algo que yo también he hecho, así que a partir de ahora empezarán mis viajes). Uno de mis sueños es ir a Berlín, así que cualquier día de estos, cuando encontremos un vuelo no demasiado caro, iremos por allí. La otra tarde, antes de su partida y hablando con uno de estos amigos, le pregunté cómo iban a hacer para alojarse en esa ciudad durante un mes, ya que varias semanas de hotel suponen un pastón (puedes irte a una pensión miserable, pero entonces el viaje ya no se convierte en un periplo de placer o de vacaciones, sino en algo más difícil de digerir). Me respondió que van a alquilar un piso. No sé si estarán ellos solos o van con más amigos, pero ese alquiler les va a salir por unos trescientos euros. Me parece muy poco dinero a cambio de disfrutar de la estancia en una de las ciudades más punteras de Europa y un sitio clave en la historia.
Durante esa conversación le dije que sabía que los alquileres no eran caros porque hace años estuvo viviendo allí el escritor norteamericano de ascendencia griega, Jeffrey Eugenides, autor de dos monumentos literarios: “Las vírgenes suicidas” y “Middlesex”. Unos cuantos años atrás, en el suplemento de libros del diario argentino Página 12, en una entrevista-reportaje de Rodrigo Fresán sobre el autor, decía Eugenides que “(…) el alquiler en Berlín es más barato que en Nueva York. Y eso mejora tu prosa”. Luego he leído que aterrizó con su familia en Berlín porque disfrutaba de una beca del “Programa berlinés para artistas” de la DAAD, El Servicio Alemán de Intercambio Académico. Parece que aquella ciudad, además, le salvó: Eugenides venía abrumado del éxito obtenido por “Las vírgenes suicidas”, por las críticas favorables, los galardones y las satisfactorias ventas. En Berlín, como he leído en la web de DAAD, pudo “simplemente escribir, en vez de ser un autor”. Nótese la diferencia, la gran diferencia entre dedicarse a la escritura (lo primero) y jugar a ser un autor (lo segundo, que lleva implícita la fama, las giras promocionales y las entrevistas). Luego añadía, en la misma web: “Bien lejos de Nueva York y del mundo editorial he logrado encontrar el camino de las circunstancias, bajo las cuales empecé”.
En aquella ciudad se celebra, además, una de las citas más importantes de la cinematografía: el Festival de Cine de Berlín. Allí, en la Berlinale, han premiado algunas de las películas que más me gustan: “El salario del miedo”, “Doce hombres sin piedad”, “En el nombre del padre” o “Magnolia”. A los que somos cinéfilos, al menos a mí me ocurre, nos gustaría recorrer varias ciudades del mundo siguiendo sus festivales: Cannes, Sitges, Venecia, San Sebastián… Aunque en este último ya estuve, hace algo más de veinte años. Dentro de poco, en la ciudad alemana, se celebra también el Festival Internacional de Literatura. Parece que fue ayer cuando derribaron el Muro de Berlín y vimos imágenes por la tele. Espero que mis amigos estén disfrutando mucho en ese lugar legendario, durante estos días, casi hasta final de mes. Yo debería ponerme a buscar billetes de avión. A veces se topa uno con buenas ofertas. Berlín queda, para mí y de momento, como una promesa. Un sueño aplazado. Tal vez logre desplazarme hasta allí unos días antes del fin de este año. O no.